miércoles, 12 de octubre de 2011

El miedo en el cuerpo

El alargamiento de la crisis económica y social con su consecuente repercusión en los medios de comunicación está creando una sensación de miedo subjetivo independiente de la situación real de cada persona o empresa.
Esta generalización de miedo hace que las personas busquemos más información, pero las respuestas de los distintos expertos más que calmar, todavía consiguen incrementarlo. Así, que es peor el remedio que la enfermedad, creándose un bola de nieve cada vez mayor.
De forma que se nos está poniendo el miedo en el cuerpo. No es cuestión de responsabilizar únicamente a los líderes visibles, sino que este paradigma de comunicación se está generalizando tanto en el ámbito organizacional como personal.
Evidentemente, no hemos llegado a esta situación de forma voluntaria, sino que ha sido la consecuencia de diferentes realidades que han sucedido, pero también de decisiones que no se han tomado. Aquello del pecado por omisión.
Las consecuencias psicosomáticas y sociales del miedo son muy importantes, sobre todo por los aspectos de paralización, que llevan desde la depresión a la desesperación. Los estrategas militares siempre han intentado no utilizar el miedo por la dificultad posterior para gobernar el territorio.
Para impedir que se nos ponga el miedo en el cuerpo o para quitarlo, si ya nos hemos contagiado necesitamos enfrentarnos a dicho miedo. Esto lo conseguimos afrontando los problemas, asumiendo responsabilidades y centrándonos en la búsqueda de soluciones.
Afrontar los problemas es el primer y más importante paso porque desencadena todos los demás. La excusa de la demora para solucionarlos en otro momento es la raiz de no hacerlo. Esta postura crónica de demora es un torpedo dirigido a nuestra autoestima que favorece que el miedo se solidifique.
Uno de los motivos que nos ponemos para demorar la afrontación de los problemas es el miedo al fracaso o a tener una pérdida. Pero suele ser una sensación desagradable basada en una percepción subjetiva. Es un autoengaño que juega en nuestra contra.
Podemos utilizar herramientas de autoengaño positivo para contrarestar esta tendencia que hemos tomado como hábito. Una primera herramienta, es el poner una fecha en nuestra agenda para dedicar a esa determinada problemática.
Una vez que le hayamos asignado un tiempo, podemos servirnos de distintas metodologías de solución de problemas que nos ayudan sistemáticamente tanto en el análisis, en la exploración de las soluciones, como en su implementación.
Asumir responsabilidades es el primer paso que nos lleva a la resolución de los problemas. Es un antídoto contra el miedo al fracaso, facilita la empatía de quienes nos rodean y predispone a la colaboración con los demás.
Nos cuesta admitir que no somos perfectos, que tenemos debilidades y que nuestro comportamiento tiene contradicciones. Por ello, nos es dificil admintir claramente nuestra responsabilidad, que no nuestra culpabilidad.
Sin embargo, es una gran medicina el admitir directamente nuestra parte de responsabilidad, porque es un gran antídoto para asumir que podemos fracasar como parte del proceso. Quien no hace nada, nunca se equivoca.
Esta declaración de vulnerabilidad facilita la empatía de quienes nos rodean para predisponer a asumir también sus responsabilidades. De modo que vamos configurando un mapa real del problema. No hay nada peor que un miedo imaginario.
Esta colaboración en el análisis de la realidad, conlleva el posterior trabajo en común en la exploración de las posibles soluciones, así como en la implementación de las medidas necesarias para corregir la problemática.
Indicar soluciones es la fase final para comenzar a quitarnos el miedo del cuerpo. Y digo quitarnos y no que nos lo quiten. El pensar que no somos capaces de afrontar los problemas es otro de los principales autoengaños negativos con el que nos castigamos.
En un momento que está tan de moda el comparar a entrenadores de los principales equipos de futbol de nuestro país, deberíamos aprender a ser entrenadores de nosotros mismos y a comportarnos como entrenadores con quienes nos rodean.
Cuando hablamos mal de esos entrenadores que son hipercríticos y que siempre están culpabilizando a los demás, estamos viendo la forma como muchas veces actuamos nosotros mismos cuando únicamente somos capaces de ver los problemas. Aquello de la paja en el ojo ajeno.
Hace años que los psicólogos del deporte han analizado el comportamiento de los buenos entrenadores. Tan malos entrenadores son aquellos que no hacen sino criticar lo que hacen mal sus jugadores, como los que no hacen sino animar aunque no estén haciendo las cosas bien.
El buen entrenador es aquel que comunica al jugador una conducta concreta que cree que debe corregir y le trasmite otro comportamiento concreto para mejorar su juego, explicándole qué va a conseguir con este cambio.