El alargamiento de la crisis económica y social con su consecuente
repercusión en los medios de comunicación está creando una
sensación de miedo subjetivo independiente de la situación real de
cada persona o empresa.
Esta generalización de miedo hace que las personas busquemos más
información, pero las respuestas de los distintos expertos más que
calmar, todavía consiguen incrementarlo. Así, que es peor el
remedio que la enfermedad, creándose un bola de nieve cada vez
mayor.
De forma que se nos está poniendo el miedo en el cuerpo. No es
cuestión de responsabilizar únicamente a los líderes visibles,
sino que este paradigma de comunicación se está generalizando tanto
en el ámbito organizacional como personal.
Evidentemente, no hemos llegado a esta situación de forma
voluntaria, sino que ha sido la consecuencia de diferentes realidades
que han sucedido, pero también de decisiones que no se han tomado.
Aquello del pecado por omisión.
Las consecuencias psicosomáticas y sociales del miedo son muy
importantes, sobre todo por los aspectos de paralización, que llevan
desde la depresión a la desesperación. Los estrategas militares
siempre han intentado no utilizar el miedo por la dificultad
posterior para gobernar el territorio.
Para impedir que se nos ponga el miedo en el cuerpo o para quitarlo,
si ya nos hemos contagiado necesitamos enfrentarnos a dicho miedo.
Esto lo conseguimos afrontando los problemas, asumiendo
responsabilidades y centrándonos en la búsqueda de soluciones.
Afrontar los problemas es el primer y más importante paso porque
desencadena todos los demás. La excusa de la demora para
solucionarlos en otro momento es la raiz de no hacerlo. Esta postura
crónica de demora es un torpedo dirigido a nuestra autoestima que
favorece que el miedo se solidifique.
Uno de los motivos que nos ponemos para demorar la afrontación de
los problemas es el miedo al fracaso o a tener una pérdida. Pero
suele ser una sensación desagradable basada en una percepción
subjetiva. Es un autoengaño que juega en nuestra contra.
Podemos utilizar herramientas de autoengaño positivo para
contrarestar esta tendencia que hemos tomado como hábito. Una
primera herramienta, es el poner una fecha en nuestra agenda para
dedicar a esa determinada problemática.
Una vez que le hayamos asignado un tiempo, podemos servirnos de
distintas metodologías de solución de problemas que nos ayudan
sistemáticamente tanto en el análisis, en la exploración de las
soluciones, como en su implementación.
Asumir responsabilidades es el primer paso que nos lleva a la
resolución de los problemas. Es un antídoto contra el miedo al
fracaso, facilita la empatía de quienes nos rodean y predispone a la
colaboración con los demás.
Nos cuesta admitir que no somos perfectos, que tenemos debilidades y
que nuestro comportamiento tiene contradicciones. Por ello, nos es
dificil admintir claramente nuestra responsabilidad, que no nuestra
culpabilidad.
Sin embargo, es una gran medicina el admitir directamente nuestra
parte de responsabilidad, porque es un gran antídoto para asumir que
podemos fracasar como parte del proceso. Quien no hace nada, nunca se
equivoca.
Esta declaración de vulnerabilidad facilita la empatía de quienes
nos rodean para predisponer a asumir también sus responsabilidades.
De modo que vamos configurando un mapa real del problema. No hay nada
peor que un miedo imaginario.
Esta colaboración en el análisis de la realidad, conlleva el
posterior trabajo en común en la exploración de las posibles
soluciones, así como en la implementación de las medidas necesarias
para corregir la problemática.
Indicar soluciones es la fase final para comenzar a quitarnos el
miedo del cuerpo. Y digo quitarnos y no que nos lo quiten. El pensar
que no somos capaces de afrontar los problemas es otro de los
principales autoengaños negativos con el que nos castigamos.
En un momento que está tan de moda el comparar a entrenadores de los
principales equipos de futbol de nuestro país, deberíamos aprender
a ser entrenadores de nosotros mismos y a comportarnos como
entrenadores con quienes nos rodean.
Cuando hablamos mal de esos entrenadores que son hipercríticos y que
siempre están culpabilizando a los demás, estamos viendo la forma
como muchas veces actuamos nosotros mismos cuando únicamente somos
capaces de ver los problemas. Aquello de la paja en el ojo ajeno.
Hace años que los psicólogos del deporte han analizado el
comportamiento de los buenos entrenadores. Tan malos entrenadores
son aquellos que no hacen sino criticar lo que hacen mal sus
jugadores, como los que no hacen sino animar aunque no estén
haciendo las cosas bien.
El buen entrenador es aquel que comunica al jugador una conducta
concreta que cree que debe corregir y le trasmite otro comportamiento
concreto para mejorar su juego, explicándole qué va a conseguir con
este cambio.
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