martes, 9 de diciembre de 2014

Ser Humano


No suelo ser un admirador de los artículos de Paul Krugman, profesor de Economía de la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía de 2008, que se publican cada domingo en El País, pero me fascinó el titulado “Sufrid, niñitos”.
En el mismo hace un apoyo sin reservas a la nueva iniciativa sobre inmigración del presidente Obama para legalizar como ciudadanos norteamericanos a cinco millones de personas. 

Me impresiona su último párrafo. “Por lo que a mí respecta, no me preocupa demasiado el dinero, ni siquiera los aspectos sociales. Lo que de verdad importa, o debería importar, es la humanidad”.
Continua, “Mis padres pudieron tener la vida que tuvieron porque Estados Unidos, a pesar de todos los prejuicios de aquella época, estuvo dispuesto a tratarlos como a personas”.

La palabra “humanidad”, la misma que reivindicaba Ignacio Ellacuría, asesinado ya hace 25 años. Este malogrado filósofo, teólogo y activista reivindicaba una civilización basada en la dinamización de la dignidad humana.
En dialéctica con una civilización fundamentada en la consecución del capital, Ellacuría proponía que el objetivo principal fuera el desarrollo de la persona como ser humano.

Me parece muy interesante que un premio nobel en economía ponga este énfasis en el desarrollo de la humanidad, como base fundamental del desarrollo de una sociedad, aunque sea por nuestro propio interés.
Ellacuría decía que el trabajo era un lugar privilegiado para este desarrollo como persona. Yo creo que la actividad emprendedora, igualmente debe estar fundamentada en este aspecto.

Se suele definir el emprendimiento como la habilidad de saber encontrar nichos de mercado para satisfacer las necesidades de sus clientes de una manera que sea rentable.
Se ha hablado mucho sobre la preponderancia en los negocios de la ética protestante sobre la católica a raíz del libro de Max Weber “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”.
Qué decir de la frase de Adams Smith “No es de la benevolencia del cocinero, el cervecero o el panadero de la que esperamos nuestro alimento, sino de la consideración de su propio interés”.

Han pasado casi 300 años desde que se escribió el libro “La riqueza de las naciones” donde figura esta frase. Aquella sociedad protestante tenía una moralidad que tamizaba el significado que hoy le podemos dar.
En esta última década estamos vivenciando las consecuencias de las políticas neoliberales que solicitaban una libertad de los mercados que, como hemos visto, tenía poco de moral.
Y estamos viendo cómo, al menos en Europa, se está intentando hacer políticas que restituyan la exclusión social. Así, se habla de un crecimiento inteligente, sostenible e
integrador.

El objetivo actual de muchos emprendedores y empresarios no es el de acumular riqueza, sino de poder vivir con dignidad y posibilitar puestos de trabajo para que otras personas igualmente lo puedan hacer.
Los personas cuando compramos estamos ejerciendo la responsabilidad de posibilitar que otras personas puedan llevar una vida digna. Los clientes ya no somos consumidores amorales.

Este cambio de paradigma moral y las posibilidades de las nuevas tecnologías ligadas a los dispositivos móviles, está haciendo que se desarrollen modelos de negocio basados en la economía colaborativa.
En este nuevo terreno de juego parece que, cada vez más, importan las personas. Tanto en la relación con el cliente, como en la repercusión que tiene en nuestro entorno social.

Como ejemplo, los pasados días 28 y 29 de noviembre tuvo lugar una gran recogida de alimentos en los supermercados de nuestras ciudades para el Banco de Alimentos, que fue todo un éxito de generosidad.
En los centros comerciales se podía ver cómo los carros llevaban una bolsa en la que iban depositando los alimentos para donar. Carros de solidaridad empujados por seres humanos.

Daniel Vallés Turmo, 10 de diciembre de 2014

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