martes, 11 de agosto de 2015

Mercadona, un milagro cotidiano



Queremos creer que lo racional rige nuestras vidas, aunque las emociones nos lo vayan poniendo en duda. La realidad es que nuestro día a día está tejido por centenares de gestos que repetimos automáticamente tras identificar olores, tactos, formas, sabores y sonidos familiares.

Desde que nos levantamos, olores como el pan recién tostado o el café humeante nos despiertan a una sucesión de percepciones que van a encaminarnos a lo que llamamos una jornada normal.
Lavarnos las manos es uno de estos pequeños gestos cotidianos que agradecemos antes de comer, tras el trabajo o al llegar a casa. Luego nos sentimos limpios y con las manos suaves.

Paulatinamente el dispensador de jabón va quitando su espacio a la tradicional pastilla por la higiene y facilidad de uso que supone. Primero ocurrió en los establecimientos de servicios y en los centros de trabajo. Luego llegaron a los hogares.

Cada vez es más habitual, encontrarnos el mismo dispensador en muchos lugares donde tenemos que lavarnos las manos. En casa, en el trabajo, en la cafetería y en las viviendas de familiares encontramos el mismo envase que nos espera.
La botella transparente de plástico con el líquido de color blanco, el dosificador negro y un dibujo de unos copos de algodón en la etiqueta que hemos comprado en Mercadona.

Poco a poco este supermercado nos va ganando su confianza y vamos llenando nuestros armarios y neveras con los productos que nos ofrece ajustando al máximo la calidad y el precio.
Ir a comprar se convierte en algo familiar, es como volver a casa. No estamos pensando en la búsqueda de ofertas, sino en ir recolectando los productos que necesitamos en nuestra gran despensa.

Tras este sencillo gesto cotidiano que realizamos hay un gran esfuerzo de una empresa que pone todo su empeño en ofrecernos el mejor producto y servicio posibles. No sólo en el personal de la tienda que vemos siempre trajinando de un lado a otro y atendernos amablemente en la caja.
También en las empresas que elaboran los productos y en la extraordinaria logística para hacer posible el milagro de encontrarnos las estanterías llenas cada día con aquello que necesitamos.

Quizás no valoramos suficientemente este milagro que se repite cada día. Nos comportamos como niños que nos encontramos todo hecho sin querer ver el trabajo que han hecho antes nuestros padres.
Así, nos despertábamos con la manta bien puesta, inconscientes de que mamá o papá habían vigilado que no nos destapáramos mientras dormíamos, únicamente recompensados por nuestra sonrisa.

Tal vez, con la esa sonrisa del niño a sus padres, deberíamos decir al personal de la tienda de Mercadona que lo están haciendo muy bien, que todo el esfuerzo que realizan cada día vale la pena.


Daniel Vallés Turmo


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