Veo a
Andrés muy centrado mirando el iPad. Tiene nueve años. Le pregunto qué está
buscando en la página de Amazon. Me comenta que mirando el precio de una serie
de cartas que quiere comprar.
Por la
tarde llaman a la puerta. Constanza me enseña la funda para la cámara de fotos
que ha comprado también en Amazon. Tiene trece años y ella misma ha hecho el
pedido por Internet.
Salgo a
pasear el perro por este barrio de casas a las afueras de Epsom, una ciudad al
sureste de Londres. Me sorprende el continuo ajetreo de furgonetas de reparto
de comida de los supermercados.
En alguno
de estos vehículos hay un cartel que dice que necesitan chóferes de reparto.
Parece claro que se está incrementando el comercio electrónico en Gran Bretaña,
país que encabeza la economía digital.
La
contrabalanza de esta tendencia es que la calle comercial de la ciudad va
perdiendo peso en los comercios y cada vez hay más locales cerrados o están
ocupados por organizaciones caritativas.
Ante esta
competencia del comercio electrónico, se está pensando en facilitar el
aparcamiento gratuito en la calle comercial para favorecer que sea más fácil
venir a comprar.
A lado de
los comercios tradicionales, nos encontramos tiendas dónde sólo se hacen los
pedidos por Internet o son lugares de recogidas y devoluciones para distintas
tiendas de comercio electrónico.
Uno de
estos lugares de recogida se suelen encontrar junto a las estaciones de tren.
En los vagones la mayoría de las personas están consultado el móvil con
aplicaciones de redes sociales.
Pero
también es un tiempo que se utiliza para ver necesidades y hacer compras. Es
una manera de entretenerse durante el desplazamiento al trabajo para acabar
siendo un hábito de consumo.
Son muchos
los motivos que están haciendo decantarse la balanza hacia el comercio
electrónico. En muchos casos es el atractivo del precio, en otros el no tener
que desplazarse o el poder hacer la compra en cualquier momento.
Los
comercios de las grandes cadenas juegan simultáneamente en los dos tipos de
canales. Esto supone el cierre de establecimientos tradicionales y la
adaptación para el comercio electrónico.
Ya no se
trata de una guerra entre el pequeño y el gran comercio, sino en un cambio de
hábitos de consumo y en la distinta forma de conocer y evaluar los productos a
través de los dispositivos móviles.
La crisis
ha hecho que esta tendencia se vaya definiendo más y que, igualmente, se den
cambios significativos en el comercio tradicional. Este es el caso del consumo
del alcohol.
La subida de
los impuestos del alcohol ha ido facilitando su consumo en casa tras comprarlo
en los supermercados. Los pub tradicionales han tenido que reinventarse en restaurantes.
Otra
consecuencia de esta competitividad entre canales ha sido la tendencia a la bajada
de los salarios en el sector servicios, de manera que ha hecho que el coste
hora sea inferior a Grecia y Portugal.
Una
legislación laboral flexible, con los muy extendidos “contratos de cero horas”
y la atracción de miles de parados del continente dispuestos a trabajar, han
facilitado este descenso de los salarios.
Esta
realidad ha supuesto la pobreza de personas que tienen trabajo y que tienen que
acudir a los bancos de alimentos y a los beneficios sociales para poder cubrir
las necesidades básicas.
Esta
realidad está suponiendo no únicamente un coste para los servicios sociales (ya
menguados por la crisis), sino también un descenso del consumo interno en todo
el país.
Se ve
claro que es necesario incrementar estos salarios para “permitir vivir”. En este
momento, en Gran Bretaña, se piensa que serían un mínimo de nueve libras la
hora. Algunas cadenas comerciales, como Ikea, ya han dicho que lo van a hacer.
El
análisis realizado en este artículo nos hace ver que la economía sigue siendo
un proceso dialéctico que no atiende a modelos monolíticos que garanticen el
funcionamiento equilibrado de los mercados.
Daniel Vallés Turmo
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