miércoles, 16 de enero de 2019

Emprender a Martillazos

Emprender a martillazos

En el verano de 1942 una gran riada devastó la huerta de Casa Barbero de Labuerda. Al igual que lo hizo con la de muchos otros vecinos. Ello suponía no haber comida para las personas, ni para alimentar a los dos cerdos, que suministraban la conserva para el invierno.
Los hermanos mayores tuvieron que “salir a servir”. Tres hermanos coincidieron en Zaragoza: José María (que se había alistado como voluntario en el ejército), Amparo (mi madre) y Margarita.

José María ejerció como barbero en el cuartel y por la tarde lo hacía con los familiares de los oficiales. De esta forma, consiguió comprar por cupones una cámara de fotográfica con la que pensaba podía ganar dinero.
Todavía conservo una de esas fotos pequeñas de los tres hermanos en el parque Grande de Zaragoza en el año 1943. El negocio de las fotografías no salió adelante y siguió dedicándose a cortar el pelo por las tardes.


Los tres hermanos en 1943

En el año 1946 volvieron todos lo hermanos a Labuerda tras la muerte de la madre a una edad muy joven. Mi tío José María me contó que le tocó venir de noche andando desde la estación de Selgua hasta Barbastro por las traviesas.
Mi madre se quedó en la casa materna para cuidar a los hermanos. Margarita se fue a Graus a aprender de peluquera y José María se compró una “gorrinera” para transportar cerdos lechales con lo que había conseguido como barbero.
Cuando estaba en Barcelona, Margarita siempre me hablaba de los paquetes de comida que le hacía llegar a Graus por el coche de línea mi madre. Se casó y fue a Barcelona donde se estableció como peluquera.
José María se fue a casar a Serraduy y continuo en el ámbito del transporte. Mi madre, junto al hermano mayor y los pequeños, construyeron una tienda y una panadería, que se inauguró en el año 1950 con el nombre de Casa Turmo.
Mi madre dejó Labuerda en el año 1962 cuando se emanciparon los hermanos pequeños y se casó el hermano mayor. María Teresa aprendió de peluquera en Barbastro y luego se casó y se estableció como peluquera en Badalona.
Mi madre, junto a su prometido proyectaron llevar el traslado de una carnicería en Barbastro. Luego la vida llevó a otros derroteros. Tuvieron varias oportunidades de negocios, pero los desistieron.

Aunque parezca lejano mirar 76 años atrás, los motivos para emprender no han cambiado significativamente. La mayoría de las personas lo hacen “a martillazos” porque no les queda otro remedio.
En este momento, estarían incluidos en este grupo todos los autónomos dependientes que lo son únicamente por obligación contractual mercantil en vez de laboral.
El otro gran grupo lo hace por “vinculación”. Así, siguiendo el negocio, oficio de la familia o por una oferta de una persona cercana que nos invita a entrar en su negocio porque necesita personal y lo busca entre las personas de confianza.
Nuestra realidad actual nos hace pensar que emprender entonces era más sencillo, pero no lo era de ninguna manera. Es un sesgo de nuestra mente la que nos hace pensar de todas maneras.
Tal vez, el análisis que hacemos actualmente de los negocios, hace que veamos con más rigor la complejidad. Antes, posiblemente, este análisis se hacía “copiando”, de la misma forma que se aprendía un oficio.
Y se aprendía “a martillazos”, es decir mediante la acción de corregir hasta lograr lo correcto. Quizás, este aspecto se tenga que volver a retomar, la actitud de “actuar” para probar.
Ahora a este hecho se le llama “pivotar”. El cambiar algún elemento del modelo de negocio para hacerlo viable. Antes, ésto se hacía sin pensar que se estaba haciéndolo.
Pero, como ya se he comentado, se hacía “copiando” lo que se veía que funcionaba a otras empresas. Era una transformación por imitación, de la misma manera que aprenden los niños. A veces, el encaje era fácil y otras había que utilizar más el martillo. Lo mismo que sucede ahora.
En la foto de 1943 se ven tres personas jóvenes que ya nos han dejado. La primera fue Margarita, luego mi madre y después, José María. Mantengo en mi memoria el perfume de sus vidas que tanto aprecié. Un perfume que inconscientemente siempre está presente.


Daniel VALLÉS TURMO

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