Cuando en el ámbito empresarial se habla de
poner en valor, se trata de poner a disposición los recursos físicos,
financieros y humanos necesarios para poner en el mercado un producto o
servicio con éxito.
Durante décadas el área de recursos humanos
ha ido ideando sistemas organizativos que posibilitaran la valoración de las
personas en las organizaciones en competición con la rentabilidad económica.
Esta puesta en valor de las personas,
comienza por la valoración de nosotros mismos, lo que se suele llamar
autoestima. Es algo así como el núcleo duro de nuestra estabilidad emocional.
Es muy importante que conozcamos como se
fundamenta esta autoestima para tenerlo en cuenta con nosotros mismos y con la
forma como nos relacionamos con quienes nos rodean en nuestra organizaciones.
La base de la autoestima es la seguridad
física y emocional. Por seguridad física, entendemos el tener resueltas las
necesidades básicas de alimentación, alojamiento y salud. Es la parte de la
seguridad tangible.
Tenemos otra seguridad, menos tangible, que
es la seguridad emocional. Esta seguridad emocional se basa en tratar a las
otras personas con la dignidad que nos merecemos como seres humanos.
Lamentablemente, se suele producir círculos
viciosos de maltrato psicológico que se hacen crónicos con el comportamiento de
las propias víctimas con su círculo más cercano. Es necesario romper esta rueda
que se suele mantener inconscientemente.
El segundo peldaño de la autoestima es el
sentirnos integrados y acogidos en nuestro entorno social. Esto es importante
tanto para los propios individuos como para las mismas organizaciones.
Somos seres sociales que nos educamos y
crecemos en sociedad. De aquí la necesidad de posibilitar la acogida e
integración social en la propia organización y en sus entornos sociales.
Cuanta mayor progresión tengan todas las
personas de una organización, mayor es el capital humano de la empresa. Y
cuanta mayor integración en el entorno social, mayor será la puesta en valor.
Habitualmente, los intereses propiamente
personales hacen que no se produzca este desarrollo homogéneo del valor de las
personas en la empresa por temor a que otros ocupen nuestro lugar.
El tercer escalón de la autoestima es el
significado vital. El darle plenitud y transcendencia a nuestra vida. Aquello
que algunos llamaron autorrealización y antes vocación.
El significado vital es el mejor carburante
de las personas y organizaciones. Para que no nos ocurra la frase atribuida a John
Lennon: “La vida es aquello que pasa mientras estamos ocupados haciendo otras
cosas”.
Muchas veces, tiene que ocurrirnos una
desgracia personal, para darnos cuenta del valor de nuestra vida. Suele ser
habitual al salir de una grave enfermedad valorar nuestras vidas de otra forma.
Hasta la guerra civil española era muy
habitual en las comarcas del Somontano, Ribagorza y Sobrarbe el ofrecer a la
Virgen de Torreciudad a los niños que había salido de una grave enfermedad en
unos momentos de gran mortandad infantil.
Tal vez hayamos conocido a familiares ancianos
que fueron llevados a la virgen. Suele ser muy habitual que mantengan un
recuerdo borroso de la experiencia, pero muy intenso en cuanto que les recuerda
que son supervivientes.
En el ámbito profesional y empresarial, nos
encontramos muchos casos de personas que están desarrollando una ingente labor
debido a ser conscientes del valor que tienen sus vidas.
En muchos casos, el aliciente no es el de la
supervivencia, sino el de la confianza que otros nos han dado para desempeñar
una labor. Mostrar confianza en quienes nos rodean es una manera de facilitar
el significado vital.
Cuando mostramos nuestra confianza en una
persona de nuestra organización, le estamos ayudando no sólo a que desarrolle
su autoestima, sino a que aprenda a confiar, también, en los demás.
El mismo efecto se produce cuando confiamos
en empresas de nuestro entorno ayudándoles a que incrementen su valor y el de
sus proveedores, facilitando su desarrollo futuro. La confianza es lo que nos
permite comenzar y seguir un proyecto.
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