Sábado 24
de mayo. Despierta un día espléndido. Subo al hospital para visitar a mi tío
que le acaban de operar. Llego pronto, son todavía las 8 y está durmiendo tanto
él como el acompañante.
Bajo al
bar a tomar un café. El primero de la mañana es el que sabe mejor. Todavía no
hay mucha gente desayunando. Aprovecho para programar la ruta en el navegador
del teléfono.
Subo a la
habitación. Ya están despiertos. Le comento que hoy se gradúa mi sobrina y me
gustaría que le grabara un mensaje con unos consejos para los jóvenes que van a
comenzar su vida como adultos.
Una voz
ronca y pausada de 92 años comienza a hablar de cumplir en el trabajo, de
librarse del egoísmo y la envidia y de tener salud para disfrutar sencillamente
de los placeres de la vida.
Me despido
y cojo el coche. Las palabras del hermano mayor llenan el hueco de la ausencia
de mi madre. Aquella abuela que salía con la nieta a comprar y le abría los
ojos al mundo con dulzura.
Al pasar
Ayerbe, recuerdo a Carmelo. Ya han pasado casi 10 años desde que nos dejó en
plena madurez truncando su trayectoria de profesor. Todavía queda la dicha y el
perfume de su amistad, como decía Cavafis.
El Palacio
de Congresos de Pamplona rebosa para la ceremonia de graduación de la 52
promoción de la Facultad de Comunicación. El ambiente es festivo. Huele a
celebración.
Se abre el
telón y en el escenario se van sentando los alumnos. Tienen 22 años. Como se
dice, están en la flor de la vida. Sus rostros están resplandecientes de
vitalidad e ilusión.
En las
butacas estamos sus familiares y amigos. Me sorprende ver que muchos abuelos
están acompañando a sus nietos. Es un verdadero regalo que la longevidad
permita este encuentro de renovación de la vida.
Los
familiares nos vamos. Los graduados se juntarán por la noche a cenar para
festejar este hito en sus vidas. La lluvia y el partido de la Champions
facilitan que la despedida sea más rápida.
De
regreso, encuentro la carretera vacía debido al partido de futbol. No para de
llover. La conducción lenta facilita el recuerdo de los discursos de la
ceremonia. Palabras jóvenes y clásicas.
Así, el
primer estudiante recordó el conocido discurso del fundador de Apple, Steve
Jobs, en Stanford en el año 2005, en el que animaba a los graduados a que no
dejaran de tener hambre vital.
Intento
recordar mi ceremonia de graduación en 1993, un año después que naciera mi
sobrina. España estaba inundada de ilusión con las Olimpiadas de Barcelona y la
Exposición Universal de Sevilla.
Mi tío
nació en el año 1922. Fue un periodo de bondad económica en España, debido a la
industrialización durante la primera guerra mundial, que favoreció la
construcción de colegios en todos los pueblos.
De esta
forma, mi madre y sus hermanos pudieron tener una educación básica que les
permitió saber leer y hacer las operaciones matemáticas básicas. Suficiente
para poder salir adelante.
La
prosperidad del país se truncó con la guerra civil. Mi tío cumplió los 22 años
en 1944 en plena posguerra. Había escasez, pero igualmente muchas
oportunidades. Sus padres habían fundado una barbería y una tienda en 1921.
La ilusión
y coraje de la juventud de los hermanos se objetivaron en la construcción de un
horno de pan, que se abrió en 1950. Luego vinieron la tienda y la fonda, que
todavía perduran.
Mientras
conduzco, los compañeros de promoción de mi sobrina estarán hablando de sus
ilusiones y proyectos. Algunos ya tendrán planes fijados y otros se irán
desplegando con el tiempo.
Ese tiempo
que es la vida, que no le damos importancia cuando somos jóvenes y que lo vamos
valorando más conforme lo vamos objetivando como el bien más preciado que
tenemos.
Al llegar
a casa, me reciben un bullicio de coches que pitan festejando el título
ganador. De nuevo la vida que explota. Escribo un “whatsapp” para que sepan que
he llegado bien.
Daniel Vallés Turmo
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