El marketing es un área funcional de la empresa que ha
ido cambiando su razón de ser con el cambio que ha ido realizándose en la
sociedad de forma paulatina sin darnos cuenta.
Surgió en el entorno del departamento comercial en un momento
en que la sociedad asumía cualquier tipo de producto o servicio porque se
estaba hambriento de recibirlos.
La industrialización y la globalización fueron viendo que
se abrían “segmentos de clientes” con necesidades distintas. Este fue el gran
impacto que tuvo el marketing en la empresa.
Durante decenas de años se ha hablado del “Marketing Mix”
con sus cuatro “P” (product, price, place y promotion). En castellano, producto,
precio, distribución y comunicación.
Con la llegada del Internet, se produjo una verdadera
revolución en el concepto de canal y las relaciones que se podían establecer
con el cliente. Ahora, sucede lo mismo con los teléfonos móviles de nueva
generación.
Llevamos una década muy centrados en las posibilidades que
suponen estos nuevos canales, teniendo una perspectiva muy influenciada por la
tecnología, que parece no deja de impresionarnos.
En todos estos casos, se sigue hablando de las
necesidades del cliente. En el recomendable libro “Diseñando la propuesta de
valor” de Alexander Osterwalder, se cambia el concepto de necesidad por
trabajos.
“Los trabajos del cliente describen las actividades que
los clientes intentan resolver en su vida laboral o personal. Pueden ser las
tareas que se intentan terminar, los problemas que se intentan solucionar, o
las necesidades que intentan satisfacer”.
Los autores dicen que este concepto fue desarrollado de
manera independiente por distintos pensadores de negocios, siendo popularizado
por Clay Christensen y Anthony Ulwick.
Consumir ya no es únicamente una actividad placentera,
sino que conlleva una sofisticación en el planteamiento del cliente que supone
realmente un trabajo a realizar.
Los autores diferencian entre tres tipos de trabajo
(funcionales, sociales y personales/emocionales) y los trabajos de apoyo. Vamos
a describir cada uno de ellos a continuación.
Trabajos funcionales. Son “aquellos en los que los
clientes intentan realizar o terminar una tarea específica, o solucionar un
problema”. Así, pintar una pared, intentar estar en forma o realizar una
presentación de la empresa.
Trabajos sociales. “Aquellos en los que los clientes
quieren quedar bien, ganar poder o estatus. Describen cómo quieren que los
perciban los demás”. Por ejemplo, ir bien vestido o dar confianza.
Trabajos personales/emocionales. “Aquellos en los que los
clientes buscan alcanzar un estado emocional específico, como sentirse bien,
encontrar la paz mental o tener sensación de seguridad”.
Respecto a los trabajos de apoyo, son aquellos en los que
“compramos valor”, así cuando comparamos distintas ofertas, decidimos entre
distintos productos, o estamos en el proceso de la compra.
También, hay otros trabajos de apoyo en los que
“cocreamos valor”, así cuando opinamos de un producto o participamos en su
diseño. O, “transferidor de valor”, cuando cancelamos una subscripción,
revendemos un producto o nos deshacemos.
Los autores nos dicen que estos trabajos dependen mucho
del contexto en el que se realizan y que, también, deberíamos jerarquizar los
mismos según su relevancia de más importantes a insignificantes.
Adjuntan un listado de nueve preguntas desencadenantes
para ayudarnos a pensar en los trabajos potenciales de nuestros clientes. La
primera, “¿Qué es aquello que tu cliente no podría vivir sin lograr?”.
La última, “Haz un seguimiento de la interacción que
tiene tu cliente con un producto o servicio a través de su vida útil. ¿Qué
trabajos de apoyo salen a la superficie a través de esto ciclo de vida?”.
Este cambio de paradigma de “necesidades a trabajos”
cuesta comprender al principio, pero luego es muy útil para poder diseñar
propuestas de valor que nuestros clientes están esperando.
Daniel VALLÉS TURMO
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