Tenía la mesa llena de libros. Me dijo que estaba haciendo limpieza de un despacho tras 40 años de uso como profesor de la universidad. Pronto se iba a jubilar y luego quería hacer una labor de síntesis de su legado intelectual.
Para Todos los Santos subí al nicho de mi tío que ha muerto este año. En la plaza mayor estaban arreglando una casa señorial. Me dicen que una planta la quiere dedicar el propietario como exposición de unas antigüedades. Un legado para el pueblo.
Lo del legado es un concepto muy anglosajón que vemos en la vida real con los grandes empresarios y en muchas películas que vemos en la televisión. El legado suele ser una fundación.
Cuando acabé los estudios una amiga cuya familia tenía empresas que daban puestos de trabajo a cientos de trabajadores, me decía que quería trabajar en una ONG. Le comenté que la mejor labor que podía hacer es mantener e incrementar esos puestos de trabajo. Así lo hizo.
El legado tiene que ver con la transcendencia. Lo que queda cuando ya no estemos. La naturaleza humana tiene un antídoto que hace que no sea tan fácil pensar de este modo: la programación para el corto plazo.
Así, la mayoría de adicciones se basan en este mecanismo del “placer” que hace que busquemos la satisfacción inmediata en vez de la satisfacción a largo plazo. Un mecanismo que la naturaleza ha creado para posibilitar nuestra supervivencia.
La cultura y la religión han ido creando un conjunto de valores que contrarrestan esta tendencia de la naturaleza humana. Pero, esto valores no son instintivos, hay que cultivarlos y transmitirlos a las nuevas generaciones.
Por eso nos encontramos muchos casos de prácticas no éticas en la organizaciones, como hemos podido ver en los casos de corrupción y origen de la crisis en los últimos años.
De hecho, la motivación de la mayoría de decisiones de lo ejecutivos de las empresas y organizaciones se basan más en el interés personal que el colectivo, aunque luego se vista de otra forma distinta.
En el ámbito empresarial también se da este cortoplacismo y son pocas las que piensan en términos de legado. “El día a día” impide la planificación a largo plazo y, mucho menos, en la transcendencia.
En el alcance de objetivos hay una metodología básica que es ir de la meta hacia atrás. Una metodología que viene del ataque tradicional de las grandes montañas del Himalaya.
Igualmente, en la motivación personal y organizacional hay un ejercicio muy socorrido que es pensar en qué queremos que digan las personas que vienen a nuestro entierro.
Estos dos ejercicios son antídotos del cortoplacismo de lo urgente y poco importante que va robándonos el tiempo diario postergando lo importante, pero no urgente. Un antídoto, que como las vacunas, necesitan dosis de recuerdo.
En el ámbito económico supone el tener parámetros de inversión y proyectos que, de otra manera no se harían, con la consiguiente pérdida de riqueza para el colectivo.
En los últimos años, desde la muerte de mi madre en el año 2009, he visitado frecuentemente a mis tíos que han sido emprendedores y empresarios. Lo que más le satisfacía es que sus hijos siguieran con los negocios, que no siempre es fácil que ocurra en las empresa familiares.
Igualmente había una satisfacción por los logros conseguidos, pero también, por el servicio realizado a la comunidad donde se han desenvuelto. Esto último es un pensamiento de legado.
En su caso, el emprendimiento no fue una aptitud, sino una actitud que les había contagiado sus padres. Los conocimientos vinieron posteriormente según se presentaban las necesidades.
Por eso, una de las mejores formas de contagiar el emprendimiento (y el dinamismo) es el que existan empresas familiares en el entorno que sirvan como modelos a seguir para la comunidad en la que se desarrollan.
Me sorprendió la idea del profesor de universidad sobre su idea de legado y el hacer una labor de síntesis y ,a la vez, una vuelta a evaluar y actualizar la labor investigadora realizada.
Daniel VALLÉS TURMO
Publicado el 10 de noviembre de 2019 en Diario del Altoaragon
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