Son tiempos complejos, pero cuando no lo han
sido. El devenir de la realidad va tamizando nuestros deseos que, como los
colores, se van matizando. Y aquel verde esperanza, a veces, llega a
ensombrecerse.
Los seres humanos tenemos una capacidad
impresionante para reinventarnos cada día, para desde las cenizas renacer de
nuevo, si puede, con más fuerzas que antes. Pero, la realidad no entiende,
muchas veces, de propósitos y nos entristecemos.
Si esta sucesión de reinventarnos continuamente
no tiene resultados, acabamos frustrándonos, enfocando desgraciadamente el
malestar contra nosotros mismos, haciéndonos daño.
Cuando esos deseos son colectivos, la
historia nos recuerda cómo se han querido imponer violentamente con innumerables
guerras que parecían iban a facilitar soluciones definitivas.
Este es el caso de la Batalla carlista de
Barbastro el 2 de junio de 1837 que tuvo lugar en el marco de la denominada
expedición real, que atravesó toda la provincia de Huesca, en el intento de
Carlos María Isidro de Borbón de destronar a su sobrina Isabel II.
La batalla entre el ejército carlista y el
isabelino tuvo lugar a las afueras de la ciudad en un valle rodeado de colinas
compuesto de bosques de carrascas y campos
de olivos y cereales.
Se produjeron centenares de muertos a
bayoneta entre sus olivares. Hoy, cuando paseamos entre esos mismos olivares,
la naturaleza nos muestra la vida que no para de renovarse al margen de nuestra
sinrazón.
La naturaleza es sabia en enseñarnos su
paleta de colores casi infinita. Un mismo paisaje, se va transformando a lo
largo del año e, incluso, a lo largo del día en una transformación continua.
Cuando paseamos por la naturaleza nos vamos contagiando
de estos matices. Un crisol muy efectivo donde templar y transformar las
emociones. Aún más, cuando la historia
nos interroga con sus hechos, quitando hierro a nuestras inquietudes
personales.
En el ámbito económico se está estableciendo
una verdadera batalla en cada empresa para adaptarse a los cambios que se están
produciendo. Se están invirtiendo muchos recursos económicos y personales para
no salir derrotados.
Muchas veces, no se producen los resultados
esperados porque, como ya hemos comentado, la realidad no entiende de
propósitos. Entonces deviene la tristeza y la desazón en los cuarteles de
invierno.
Hasta que, nuevamente, volvemos a intentarlo
con una nueva estrategia. Algo que hemos visto, una charla, un curso, una
conversación con otro empresario, son suficientes para encender de nuevo la
chispa.
En ocasiones, son las nuevas tecnologías,
como es el caso de las redes sociales y los dispositivos móviles, que nos abren
posibilidades para seguir en el proceso de transformación.
Al principio nos parecen soluciones mágicas
inaccesibles, luego le vamos cogiendo el truco y nos animamos a utilizarlas,
aunque no encontremos los resultados que esperábamos.
Nos quejamos que nos quitan mucho tiempo y
que no paran de cambiar, pero las vemos asumibles. No son complicadas, pero sí
laboriosas. Pero, ¿qué no es laborioso en un negocio desde que se levanta la
persiana?
Estas nuevas tecnologías nos permiten estar
ocupados, en vez de preocupados, así que a la cabeza no le da tiempo para
despistarse con pensamientos negativos, porque tiene que solucionar problemas
concretos.
Y cuando nos juntamos con otros compañeros ya
tenemos otro tema que hablar en vez de quejarnos. ¿Cómo te va lo que me
comentaste?, ¿Has visto lo qué ha hecho tal?, ¿Qué te parece si hago esto?
Poco a poco, vamos quitándole tiempo a la
tristeza y, de nuevo, cada día sale el sol aunque los resultados todavía no
acompañen. Vamos aprendiendo a movernos entre los matices, ya no todo es blanco
o negro.
Y esta actitud la vamos contagiando a otros
aspectos de la empresa que también necesitan adaptarse y que, posiblemente,
puedan conllevar alguna mejora en la cuenta de resultados.
Cada día levantamos la persiana de nuestro
negocio, cómo cada día sale el sol. Es una nueva oportunidad para comenzar de
nuevo con energía renovada, repuestos del día anterior.
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