“¿Por qué
no te callas?” es una frase que ha quedado en nuestra memoria. La dijo el rey
Juan Carlos I en 2007 en la reunión de países iberoamericanos dirigiéndose al
presidente venezolano Hugo Chávez.
Tuvo una
gran repercusión, porque no es la frase que se espera de un jefe de estado,
pero tenía toda la autoridad para parar las acusaciones que estaba haciendo
contra el anterior presidente español José María Aznar.
Esta frase
la solemos utilizar prestada cuando alguien dice algo que no nos parece
adecuado de forma reiterada. El hecho que la utilizara un rey ha hecho que
parezca menos inoportuna para el resto de los mortales
Pero, ¿por
qué Hugo Chávez o cualquiera de nosotros no vemos que estamos siendo
excesivamente molestos? Simplemente es porque hemos perdido el control
emocional de la situación y no somos capaces de cuestionarnos.
Similar a
la parábola del evangelio que dice: “¿Por qué miras la paja que hay en el ojo
de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo?”, nos es muy difícil hacer
la autocrítica.
Además de
no saber hacer la autocrítica, otro error en el que solemos caer fácilmente
cuando estamos analizando un problema es el centrarnos en la persona en vez del
proceso.
Cuando
utilizamos esta forma de focalización, estamos muy cerca de caer en un proceso
de culpabilización de la persona en vez de responsabilización del proceso que
se trata.
Cuando nos
centramos en el proceso, estamos analizando lo sucedido y tratamos de arreglar
aquello que no ha funcionado bien para ver cómo lo podemos cambiar para
mejorar. La persona responsable tratará de hacerlo mejor la próxima vez.
Mientras
que si nos centramos en la persona, estamos culpabilizando la persona. Ya no se
trata de una resolución de problemas sino de una acusación personal que no
ayuda a nada ni a mejorar el problema, ni mucho menos la relación personal.
Se suele
utilizar de forma habitual frases como “Tú eres el culpable del fracaso de este
proyecto”. Deberíamos descartarlas absolutamente por lo que hemos comentado anteriormente.
Esta misma
estrategia la podemos utilizar en cualquier tipo de negociación. Podemos ser
muy duros luchando por algún tema concreto de precio o de calidad; pero no
deberíamos entrar en descalificaciones.
Así, “¿Te
crees que soy tonto?”, “¿Por favor sé serio”,… Aparentemente son expresiones
que no son maliciosas, pero hacen que nos centremos en las personas, en vez de
los temas.
De esta
forma, es muy fácil que podamos entrar en algún tipo de conflicto
interpersonal, mientras que de la otra forma, no nos “metemos” con la otra
parte, sino con el contenido de su oferta.
Otra frase
que podemos haber dicho en alguna ocasión es “Contigo no se puede trabajar”.
Cometemos el mismo error. Estamos descalificando a la otra persona, que no
ayuda nada a mantener una buena relación.
De nuevo,
no nos centramos en el problema, sino que nos centramos en la persona. Estamos
utilizando una verdadera bomba. Lo que se dice “Matar moscas a cañonazos”. Y lo
peor, estamos quemando el terreno.
Además,
suele ocurrir que solemos caer en la trampa y “entramos a trapo” de forma que
la otra parte se justifica por la frase que ha realizado. De forma que entramos
en un bucle de difícil solución.
Si tenemos
una buena renta de “buen rollo” con la otra persona, no pasa nada, porque puede
más la historia pasada. Pero, si se repite a menudo, estamos perdiendo el
crédito con la otra persona.
Sin duda,
de forma preventiva, deberíamos aprender a callarnos cuando estamos
centrándonos en la persona en vez del proceso cuando tratamos problemas de
forma significativa.
Y, si nos
vemos implicados en una acusación personal, deberíamos aprender a no “tomarla
en serio” (no entrar al trapo) y reconducirla hacia la problemática que estemos
tratando.
En el arte
del hablar, ya hace muchos años, Socrates enseñaba a sus discípulos que antes
de conversar utilizaran el filtro de si lo que iban a decir era bueno,
verdadero y necesario. Si no, era mejor callar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario