Uno
de los grandes retos en esta sociedad de los datos es el saber
utilizarlos sin saturarse, a la vez que desaprender la información
que ya tenemos, pero que ya no es acorde con la realidad.
Si
esto es aplicable a todos los ámbitos, lo es más en lo empresarial
y específicamente en el análisis y desarrollo de nuevos proyectos
donde es muy fácil autoengañarnos tras “cocinar” los datos en
una hoja de calculo.
Con
la nuevas metodologías de “Lean Startup” (emprender ligero) se
va impregnando esta nueva forma de abordar los proyectos
emprendedores basados en la iteración continua con la realidad antes
de pasar al siguiente paso.
Estas
nuevas metodologías se fundamentan en realizar pequeños
experimentos que confirmen o descarten las distintas hipótesis que
hemos hecho sobre los distintos aspectos del proyecto.
Los
críticos de estas metodologías dicen que se puede caer en no
analizar en profundidad el proyecto como se hace con la metodología
de la redacción clásica de un plan de empresa.
Tienen
algo de razón si se hace un uso muy “ligero” de la metodología
y no se establecen las hipótesis adecuadas y/o no se realizan los
experimentos adecuados para refrendarlas.
Se
puede caer en este error de forma involuntaria llevados por el efecto
miopía con nuestro propio proyecto, o de forma voluntaria al no ser
estrictos en las validaciones y cerrar los procesos en falso.
Para
evitar el autoengaño es necesario el trabajar en grupo y, si es
posible, contar con la opinión de personas ajenas al proyecto que lo
vean de una forma más objetiva que los emprendedores.
El
establecimiento de hipótesis y su validación posterior suponen, en
primer lugar, el aprendizaje y la práctica de las herramientas que
se utilizan en el “Lean Startup”, todavía poco difundidas.
Es
más que una metodología, se trata de una orientación hacia los
resultados que vaya modelando una inteligencia práctica en vez de
teórica, como sucede en los artesanos que dominan un oficio, donde
sus manos trabajan solas.
Desde
niños deberíamos acostumbrarnos a darnos cuenta de la realidad
empresarial y económica que nos rodean como se nos enseña con la
naturaleza y la geografía de nuestro entorno.
La
capacidad de observación es el escalón primero de la percepción y,
después, de la cognición. Lo que observamos va formando “el fondo
de armario” de nuestra inteligencia práctica.
Voy
a poner un ejemplo práctico. En la gasolinera que reposto, cambiaron
los surtidores hace unos meses. En los nuevos, se ven los marcadores
de los litros consumidos de cada tipo de combustible.
Así:
Gasoil A, 260.122 litros; Gasoil Extra, 24.042 litros; Gasolina 95,
86.428 litros; y Gasolina 98, 3.347 litros. Estas cifras son las de
un puesto de repostaje. Podríamos sumar las cuatro y hacer la media.
Con
estos datos, tenemos una aproximación al consumo de carburantes.
Vemos que el gasoil supone el 76% del total, mientras la gasolina el
24%. Dentro del gasoil, el más utilizado es el tipo A con casi un
70%.
De
la misma forma, en el día a día, nos encontramos con indicadores
que nos muestran el funcionamiento de las empresas y de la economía
sin prestarles importancia.
No
se trata de estar continuamente absorbiendo datos, que nos harían
marear hasta paralizarnos, sino de ir aprendiendo una forma de
relación con la realidad más pragmática.
También,
el saber “pasar página” para evitar que los aprendizajes previos
contaminen la percepción que tenemos de lo nuevo. Ya que desaprender
es algo muy difícil de lograr, tratemos de “refrescar” nuestra
forma de aproximación.
Habitualmente
se dice que la información es poder, pero tal vez habría que decir
actualmente que el manejo práctico de la información es la que nos
da valor. No es tanto el qué, sino el cómo.
También
se dice que la experiencia es un grado, pero tal vez igualmente
habría que decir que la aproximación sin prejuicios a la realidad
es la que nos permite innovar. No es tanto lo recorrido, sino la
dirección a dónde vamos.
Daniel
VALLÉS TURMO
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