miércoles, 2 de diciembre de 2015

Inteligencia práctica

Uno de los grandes retos en esta sociedad de los datos es el saber utilizarlos sin saturarse, a la vez que desaprender la información que ya tenemos, pero que ya no es acorde con la realidad.
Si esto es aplicable a todos los ámbitos, lo es más en lo empresarial y específicamente en el análisis y desarrollo de nuevos proyectos donde es muy fácil autoengañarnos tras “cocinar” los datos en una hoja de calculo.
Con la nuevas metodologías de “Lean Startup” (emprender ligero) se va impregnando esta nueva forma de abordar los proyectos emprendedores basados en la iteración continua con la realidad antes de pasar al siguiente paso.
Estas nuevas metodologías se fundamentan en realizar pequeños experimentos que confirmen o descarten las distintas hipótesis que hemos hecho sobre los distintos aspectos del proyecto.
Los críticos de estas metodologías dicen que se puede caer en no analizar en profundidad el proyecto como se hace con la metodología de la redacción clásica de un plan de empresa.
Tienen algo de razón si se hace un uso muy “ligero” de la metodología y no se establecen las hipótesis adecuadas y/o no se realizan los experimentos adecuados para refrendarlas.
Se puede caer en este error de forma involuntaria llevados por el efecto miopía con nuestro propio proyecto, o de forma voluntaria al no ser estrictos en las validaciones y cerrar los procesos en falso.
Para evitar el autoengaño es necesario el trabajar en grupo y, si es posible, contar con la opinión de personas ajenas al proyecto que lo vean de una forma más objetiva que los emprendedores.
El establecimiento de hipótesis y su validación posterior suponen, en primer lugar, el aprendizaje y la práctica de las herramientas que se utilizan en el “Lean Startup”, todavía poco difundidas.
Es más que una metodología, se trata de una orientación hacia los resultados que vaya modelando una inteligencia práctica en vez de teórica, como sucede en los artesanos que dominan un oficio, donde sus manos trabajan solas.
Desde niños deberíamos acostumbrarnos a darnos cuenta de la realidad empresarial y económica que nos rodean como se nos enseña con la naturaleza y la geografía de nuestro entorno.
La capacidad de observación es el escalón primero de la percepción y, después, de la cognición. Lo que observamos va formando “el fondo de armario” de nuestra inteligencia práctica.
Voy a poner un ejemplo práctico. En la gasolinera que reposto, cambiaron los surtidores hace unos meses. En los nuevos, se ven los marcadores de los litros consumidos de cada tipo de combustible.
Así: Gasoil A, 260.122 litros; Gasoil Extra, 24.042 litros; Gasolina 95, 86.428 litros; y Gasolina 98, 3.347 litros. Estas cifras son las de un puesto de repostaje. Podríamos sumar las cuatro y hacer la media.
Con estos datos, tenemos una aproximación al consumo de carburantes. Vemos que el gasoil supone el 76% del total, mientras la gasolina el 24%. Dentro del gasoil, el más utilizado es el tipo A con casi un 70%.
De la misma forma, en el día a día, nos encontramos con indicadores que nos muestran el funcionamiento de las empresas y de la economía sin prestarles importancia.
No se trata de estar continuamente absorbiendo datos, que nos harían marear hasta paralizarnos, sino de ir aprendiendo una forma de relación con la realidad más pragmática.
También, el saber “pasar página” para evitar que los aprendizajes previos contaminen la percepción que tenemos de lo nuevo. Ya que desaprender es algo muy difícil de lograr, tratemos de “refrescar” nuestra forma de aproximación.
Habitualmente se dice que la información es poder, pero tal vez habría que decir actualmente que el manejo práctico de la información es la que nos da valor. No es tanto el qué, sino el cómo.
También se dice que la experiencia es un grado, pero tal vez igualmente habría que decir que la aproximación sin prejuicios a la realidad es la que nos permite innovar. No es tanto lo recorrido, sino la dirección a dónde vamos.


Daniel VALLÉS TURMO

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