miércoles, 19 de diciembre de 2018

Tener un sueño


Mi primer contacto con el despoblamiento fue en 1985 visitando el pueblo de mi padre, Sarsa de Surta, para hacer un estudio de toponimia. El año siguiente hice un estudio, también de toponimia, de otra zona con muchos pueblos despoblados, La Solana de Fiscal.
Este nuevo proyecto me hizo visitar algunos pueblos de colonización donde habían bajado a vivir muchos de sus habitantes en la comarca de Los Monegros. Casualmente, este año coincidí con alguno de ellos en la entrega de los Premios Félix Azara.
En los últimos años he podido conocer la problemática de forma más profunda realizando las guías de las sierras de Sis, Carrodilla y Guara, que me ha permitido ver el fenómeno con más detenimiento al recorrer el terreno paso a paso en distintas zonas de la provincia de Huesca.
No me gusta entrar en los pueblos abandonados, pero sí comprender su historia y la economía que les ha permitido sobrevivir durante siglos en relación con su en torno comarcal.

Es fácil encontrar en Internet teorías de los motivos por lo que ocurrió esta despoblación y proyectos pilotos para volver a repoblar la zona rural. Pero, no logro encontrar un discurso lo suficientemente riguroso en la actualidad, ni me voy a atrever a exponer algunas conclusiones personales a las que todavía les falta madurar.
Aunque creo que, gran parte de la solución está en “los sueños” y proyectos de las personas que viven actualmente allí. Al igual que uno se compra un barco tras haber desarrollado el espíritu de sentirse libre, lo mismo se puede aplicar al tema que estoy analizando.

Este domingo estaba esperando a misa en un pueblo pequeño. He entrado en conversación con una persona anciana que me ha enseñado en el cementerio donde estaba toda su familia.
También, me ha contado toda su historia de emigrante por toda Europa. Finalmente, me ha dicho que se había vendido la casa para bajarse a un apartamento en la capital de la comarca donde se sentía más cómodo.
Luego, ha comenzado a contarme numerosas casas que ya se habían cerrado en los pueblos de los alrededores, que tal vez se abran como segunda vivienda si alguien las compra.
Este es un fenómeno que lo he vivido en mis exploraciones. Pueblos fantasmas durante la semana que recuperan la vida únicamente durante el fin de semana y las vacaciones.
Tenía muchas ganas de hablar. Hubiéramos podido estar horas. Pero yo estaba allí por otro motivo y me tuve que despedir, sobre todo, animándole a que siguiera viviendo con ilusión fuera donde fuera.

El día anterior estuve en Serraduy en un bautizo. Al final de la ceremonia, se hizo una foto en las escaleras de la ermita de San Lorenzo a los siete niños que estaban viviendo en el pueblo, que sumando al bautizado se incrementan a ocho niños.
Me sorprendió el número de niños. El párroco confirmó que era uno de los pueblos donde más bautizos había hecho. Me quedo con la cara de ilusión de esos niños de distintas edades, pero con una cosa en común, una vida para hacer realidad sus sueños y sus proyectos.
En la vuelta a casa quedó esa imagen grabada en mi memoria. No me puse a analizar en los motivos. Pero el caso era que parejas jóvenes habían encontrado una forma de vivir y dar vida.
No es fácil saber si primero es el sueño o el proyecto, al igual que el huevo o la gallina. El caso es que ambos son necesarios, el querer y el poder. Pero, antes que eso, la capacidad para poder decidir con libertad.
Muchos emprendedores me han dicho que si hubieran sabido los problemas que se iban a encontrar no hubieran empezado. No hay que tomarse este pensamiento al pie de la letra. Es una forma de estar satisfecho de haber sabido afrontar los contratiempos.
Lo mismo se puede aplicar al tema que estamos tratando. No hay que centrarse tanto en las analíticas, sino en hacer “apetecible” la vida en el entorno rural para que las personas jóvenes decidan quedarse o ir al mismo. Porque los problemas igual van a estar tanto en el mundo urbano como en el rural.

Daniel VALLÉS TURMO

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