Mi primer contacto con el despoblamiento fue en 1985 visitando el
pueblo de mi padre, Sarsa de Surta, para hacer un estudio de
toponimia. El año siguiente hice un estudio, también de toponimia,
de otra zona con muchos pueblos despoblados, La Solana de Fiscal.
Este nuevo proyecto me hizo visitar algunos pueblos de colonización
donde habían bajado a vivir muchos de sus habitantes en la comarca
de Los Monegros. Casualmente, este año coincidí con alguno de ellos
en la entrega de los Premios Félix Azara.
En los últimos años he podido conocer la problemática de forma más
profunda realizando las guías de las sierras de Sis, Carrodilla y
Guara, que me ha permitido ver el fenómeno con más detenimiento al
recorrer el terreno paso a paso en distintas zonas de la provincia de
Huesca.
No me gusta entrar en los pueblos abandonados, pero sí comprender su
historia y la economía que les ha permitido sobrevivir durante
siglos en relación con su en torno comarcal.
Es fácil encontrar en Internet teorías de los motivos por lo que
ocurrió esta despoblación y proyectos pilotos para volver a
repoblar la zona rural. Pero, no logro encontrar un discurso lo
suficientemente riguroso en la actualidad, ni me voy a atrever a
exponer algunas conclusiones personales a las que todavía les falta
madurar.
Aunque creo que, gran parte de la solución está en “los sueños”
y proyectos de las personas que viven actualmente allí. Al igual que
uno se compra un barco tras haber desarrollado el espíritu de
sentirse libre, lo mismo se puede aplicar al tema que estoy
analizando.
Este domingo estaba esperando a misa en un pueblo pequeño. He
entrado en conversación con una persona anciana que me ha enseñado
en el cementerio donde estaba toda su familia.
También, me ha contado toda su historia de emigrante por toda
Europa. Finalmente, me ha dicho que se había vendido la casa para
bajarse a un apartamento en la capital de la comarca donde se sentía
más cómodo.
Luego, ha comenzado a contarme numerosas casas que ya se habían
cerrado en los pueblos de los alrededores, que tal vez se abran como
segunda vivienda si alguien las compra.
Este es un fenómeno que lo he vivido en mis exploraciones. Pueblos
fantasmas durante la semana que recuperan la vida únicamente durante
el fin de semana y las vacaciones.
Tenía muchas ganas de hablar. Hubiéramos podido estar horas. Pero
yo estaba allí por otro motivo y me tuve que despedir, sobre todo,
animándole a que siguiera viviendo con ilusión fuera donde fuera.
El día anterior estuve en Serraduy en un bautizo. Al final de la
ceremonia, se hizo una foto en las escaleras de la ermita de San
Lorenzo a los siete niños que estaban viviendo en el pueblo, que
sumando al bautizado se incrementan a ocho niños.
Me sorprendió el número de niños. El párroco confirmó que era
uno de los pueblos donde más bautizos había hecho. Me quedo con la
cara de ilusión de esos niños de distintas edades, pero con una
cosa en común, una vida para hacer realidad sus sueños y sus
proyectos.
En la vuelta a casa quedó esa imagen grabada en mi memoria. No me
puse a analizar en los motivos. Pero el caso era que parejas jóvenes
habían encontrado una forma de vivir y dar vida.
No es fácil saber si primero es el sueño o el proyecto, al igual
que el huevo o la gallina. El caso es que ambos son necesarios, el
querer y el poder. Pero, antes que eso, la capacidad para poder
decidir con libertad.
Muchos emprendedores me han dicho que si hubieran sabido los
problemas que se iban a encontrar no hubieran empezado. No hay que
tomarse este pensamiento al pie de la letra. Es una forma de estar
satisfecho de haber sabido afrontar los contratiempos.
Lo mismo se puede aplicar al tema que estamos tratando. No hay que
centrarse tanto en las analíticas, sino en hacer “apetecible” la
vida en el entorno rural para que las personas jóvenes decidan
quedarse o ir al mismo. Porque los problemas igual van a estar tanto
en el mundo urbano como en el rural.
Daniel
VALLÉS TURMO
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