martes, 4 de enero de 2011

Desapalancamiento

Desde el pasado mes de junio está vigente en nuestro país la Ley 15/2010 de medidas de lucha contra la morosidad cuyo objetivo fundamental es reducir el plazo de pago a un máximo en el régimen general de 60 días en año 2013, habiendo una transición de 85 en el 2011 y 75 en el 2012.

Se consideran dos regímenes específicos con un plazo máximo de 30 días para los productos frescos y perecederos y para el sector público, aplicándose una transición en este caso de 50 días en el año 2011 y 40 días en el 2012.

En la actual situación de crisis el amplio plazo medio de pago de 98 días en España en el 2009, estaba provocando aspectos muy perjudiciales en la financiación de las empresas debido a la cadena de demoras sucesivas y a la reducción de la confianza en el crédito comercial.

Este plazo medio tan alto de España sólo era superado en Europa por Grecia con 120 días. La media europea se situaba en 57 días, pero en la mayoría de los países estaba situada por debajo de los 50 días, siendo Noruega el país con un plazo menor, 33 días.

Estos plazos de los países europeos nos hacen pensar que es posible cambiar la cultura comercial existente en nuestro país de alargar los plazos de pago como si se tratara de una herramienta para conseguir más ventas.

Precisamente, es este uno de los impedimentos con que se encuentran las empresas cuando comunican los nuevos plazos de pago a sus clientes. Piensan que pueden perder los clientes si otro competidor no aplica la medida. De aquí, la necesidad que las asociaciones empresariales unifiquen estos plazos.

En algunos sectores, como es el caso de la construcción, estos aplazamientos tan largos formaban parte de la financiación de las empresas, necesitando de un periodo de adaptación de liquidez de todo el sector dada su situación de crisis.

En este caso, se utilizaba el alargamiento de los pagos como una forma de autofinanciación para unos y de apalancamiento financiero para otros. Esto ha sido posible realizarse en una época larga de crecimiento donde el crédito bancario facilitaba estas operaciones de circulante.

En las escuelas de negocio se ha enseñado a apalancar como una herramienta fundamental de gestión empresarial. Es decir, buscar que otros nos financien. En muchos casos, esto supone el que paguemos a nuestros proveedores más tarde que nos pagan nuestros clientes.

Así, el apalancamiento se ha ido consolidando como una cultura de gestión hacia la especulación durante 30 años, creando toda una generación de “masters del universo”, emulando la película Wall Street y otras películas que le siguieron con éxito, como Richard Gere en Pretty Woman.

Logrando impregnar esta mentalidad a todos los niveles empresariales, incluyendo los emprendedores que, en sus planes de empresa, la tesorería se basaba muchas veces en el propio apalancamiento, cual versión financiera del cuento de la lechera.

Desgraciadamente, con igual resultado desastroso que en el cuento cuando no se cumplen los resultados previstos en el papel y la falta de recursos financieros propios no permite que se pueda continuar con el proyecto.

De aquí la dificultad de realizar este cambio de mentalidad dada la penetración social. Se hace necesaria una reingeniería de la gestión empresarial que se focalice en una cadena de valor basada en la tangibilidad de los procesos.

En este sentido, puede servir de ayuda la puesta en marcha de la ley de morosidad, a pesar del tener que afrontar este cambio con el miedo al rechazo de los clientes en un periodo de crisis. Pero no es posible mantener este sobrepeso de financiación.

La financiación basada en el apalancamiento financiero del circulante esconde la falta de rentabilidad de nuestro aportación de valor, dado que logramos parte de nuestros resultados debido a esta demora de pago.

De aquí, la necesidad de diferenciar entre el valor que obtenemos por aportación de valor al producto o servicio ofrecido o por la financiación que estamos posibilitando. En este caso la Ley 15/2010 establece la repercusión de los intereses de demora.

Una de las primeras repercusiones de este recorte de los plazos de pago, unido al recorte de las polizas de circulante por parte de los bancos, es la necesidad de incrementar los recursos propios de las empresas para financiarse.

Otra repercusión necesaria es el análisis del valor que tenemos en las distintas líneas de negocios y, si es posible, de cada uno de nuestros clientes, tanto para conocer su rentabilidad como para analizar las necesidades de mejora competitiva.

Una mejora competitiva que podremos llevar a término con la reducción de gastos (que se puede hacer de forma rápida), pero también con el incremento de la productividad debido al uso de nuevas tecnologías y el lanzamiento de nuevos productos o servicios en los que aportemos mayor valor.

Estos dos últimos elementos, la tecnología y el lanzamiento de nuevos productos, no se se pueden aplicar de forma inmediata, sino que necesitan de un periodo de estudio y aprendizaje, así como de una inversión adicional.

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