jueves, 20 de enero de 2011

Evitar paralizarnos

En este época del año en que muchos pasamos de un enfriamiento a otro, tendría que servirnos para reflexionar sobre las consecuencias sistémicas que supone un ciclo continuado de crisis económica tanto para las personas como para las organizaciones.

Y tratar de poner algún remedio “antigripal” no sólo para los síntomas sino para proteger el sistema inmunitario. Algo así, como las mantas elećtricas para baterías que se utilizan en los países nórdicos para poder arrancar en la temporada invernal.

Lynda Gratton, en una entrevista publicada el pasado diciembre en la revista Harvard Deusto Business Review, aconseja precisamente algunas medidas a tomar para que las personas y las organizaciones no entren en la “gran congelación” sino que generen “puntos calientes”.

La autora denomina la “gran congelación” cuando nuestra energía se ha agotado y ya no innovamos. Dice que únicamente pasamos el 20% de nuestra vida laboral con motivación suficiente. Pero, no es debido a una razón de de no querer trabajar, sino por la falta de desarrollo personal y organizacional.

En momentos, como el actual, con un pesimismo empresarial a flor de piel, pueden ocasionarse disfunciones en las personas y las organizaciones que faciliten esta entrada en la congelación, de la que es dificil recuperarnos.

Una de las problemáticas de este estado de letargo es que dejamos de desarrollar las perspectivas a medio y largo plazo, dejando de aprender las habilidades necesarias y no estableciendo las relaciones que posibilitan afrontar el futuro.

Como estado contrario a la “gran congelación” nos encontraríamos con los “puntos calientes”, que la autora los define como esos momentos, lugares y ocasiones en los que un grupo de personas son energéticos e innovadores

En este tipo de ambiente de trabajo, la energía y la innovación provienen de la interacción de las personas cooperando e interactuando con otras organizaciones estimuladas por la implicación en nuevos retos.

Lynda nos dice que tenemos que distinguir los “puntos calientes” de aquellas organizaciones en la que todo el mundo parece contento, los “Country Club”, pero donde no se genera ni energía ni innovación porque se eluden los asuntos conflictivos.

Para evitar bien el estado de letargo o el de ensimismamiento, la autora nos anima a que “brillemos” en el trabajo, en el sentido que nos desarrollemos y seamos capaces de crear o de agruparnos en los “puntos calientes”.

Plantea tres actuaciones que nos pueden ayudar en este cometido: Desarrollar confianza y colaboración, ampliar las redes sociales con las que interactuamos e involucrarnos en proyectos que nos apasionen para desarrollarnos.

La primera de las medidas es involucranos en entornos en los que se favorezca la colaboración y donde podamos desarrollar las habilidades necesarias de mejora. Entornos en los que, igualmente, se favorecen las relaciones de confianza.

La segunda es desarrollar las redes de contacto tanto en la calidad de las interacciones como en la amplitud de las mismas. En muchas ocasiones, las innovaciones provienen de círculos ajenos a nuestro entorno habitual.

La tercera es buscar el desarrollo personal y profesional mediante la participación en proyectos y organizaciones que lo permitan. Si no nos desarrollamos estamos agotando nuestro capital personal para el futuro.

Como ocurre con la mayoría de recetas que nos facilitan los expertos en management, suenan muy bien cuando las leemos, pero vemos muy dificultosa su puesta en marcha en la práctica, sobre todo en entornos de pequeñas empresas.

Sin embargo, ofrece dos recetas desencadenantes sencillas de llevar a cabo. Que salgamos de nuestra zona habitual de confort en la que nos movemos y que aprendamos a dominar el arte de la buena conversación.

Abandonar la zona de confort en la que nos movemos es comenzar a modificar algunos de nuestros hábitos cotidianos para hacerlos de forma diferente. Dedicar un tiempo a deambular para dejarnos sorprender por cosas distintas.

Saber conversar bien es mucho más complicado de realizar, pero sin embargo tenemos infinitas posibilidades de practicarlo. Saber combinar lo racional y lo emocional empatizando con nuestros interlocutores nos ayudará a profundizar los vínculos de confianza y a saber cooperar.

Ambas recetas, deambular y conversar, nos ayudan a abrirnos a lo nuevo y a los demás. Precisamente, de eso se trata la innovación, de abrirnos a nuevas formas de hacer las cosas. Por eso, tenemos que salir de nuestro confort diario si queremos innovar.

Paradógicamente, si algo tienen las crisis es que nos sacan de nuestra zona de confort, por lo que nos hacen más predispuestos a abrirnos a nuevas posibilidades. Aprovechemos esta oportunidad de apertura a lo nuevo.


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