martes, 22 de mayo de 2012

Se hace camino


Uno de los versos más conocidos de Antonio Machado es “caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Pasadas casi tres generaciones desde que el poeta los escribió, seguimos necesitando conocer previamente el camino.

Por eso, en momentos como los actuales de incertidumbre, no nos sentimos cómodos sin poder predecir el futuro. Aunque, en ocasiones, esta búsqueda de seguridad nunca parece suficiente.

Evidentemente que hay unas trayectorias vitales que la sociedad hemos ido desarrollando paulatinamente, pero las que sirvieron para una generación, ya no sirven para la siguiente. En este sentido se hace camino.

Una persona anciana, en la década de los 80 años, le tocó andar mucho. Para recorrer unos 10 kilómetros le costaba dos horas. La trayectoria de su vida ha sido muy laboriosa, aunque hoy contempla el futuro con serenidad. Ya ha hecho el camino.

Otra persona madura, en la década de los 50 años, ya no anduvo tanto. Tal vez le tocó coger la bicicleta, y esos 10 kilómetros los recorría en unos 40 minutos. La trayectoria de su vida está siendo fructífera, pero percibe el futuro con preocupación.

Una tercera persona joven, en la década de los 20 años ya no conoce aquellos caminos. Está acostumbrada a recorrer esa distancia en coche en menos de 10 minutos. Contempla el futuro con incertidumbre.

En el ámbito laboral, el anciano lleva varias décadas cobrando una pensión y se ha adaptado a sus ingresos. El envejecimiento progresivo le va haciendo conformarse con su realidad.

La persona madura ha trabajado más de 30 años y ya contempla la jubilación cercana. Sin embargo, está preocupado por su modo de vida en los próximos años, así como el de sus hijos.

El joven está teniendo experiencias laborales intermitentes que no le permiten prever una carrera profesional. Ve el futuro con incertidumbre, aunque es consciente que tiene que tirar hacia adelante.

En la descripción que hemos hecho de estas tres generaciones que están conviviendo actualmente, podemos observar el cambio de la percepción de la realidad que tenemos según nuestra edad.

Así, al igual que existe un tiempo real y un tiempo psicológico. Todos hemos tenido la experiencia de pasarnos el tiempo sin darnos cuenta, o de parecer que nunca llega la hora de que acabe una actividad.

Lo mismo sucede con la percepción de nuestra trayectoria vital. Pueden existir unos indicadores objetivos, pero nuestra satisfacción, en buena medida, es una percepción subjetiva.

Si nosotros somos especialmente autocríticos con nosotros mismos, nos estamos echando piedras en nuestro propio tejado. Nosotros mismos somos nuestro mayor lastre para continuar.

Tampoco podemos pedir peras al olmo. No podemos esperar que la personalidad de un joven tenga la serenidad de un anciano, ni la capacidad de juicio que la experiencia le ha dado a una persona madura.

Pero sí podemos desarrollar una estrategia de percepción constructivista, no basada tanto en nuestra sensación psicológica sino en la búsqueda de la mejora del potencial en cada momento.

No se trata tanto de saber hacia donde está el destino del camino que estamos recorriendo, sino de decidir en la próxima intersección cual de las alternativas nos permite más posibilidades.

Una excesiva preocupación por el destino no nos permite valorar adecuadamente las posibilidades que nos encontramos y aprovechar las circunstancias que nos devienen en el camino.

Siguiendo con el poeta, “… y al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”. Así, aquello que nos preocupa ahora, en poco tiempo ya dejará de hacerlo.

Una actitud constructivista de la realidad nos ayuda a desarrollar una estrategia ante la incertidumbre de ocupación en vez de preocupación. Nos ayuda a centrarnos en la realidad en vez de nuestra proyección de la misma.

De forma que la incertidumbre deja lugar a enfocarnos en el presente “huella a huella”. Y cuando vuelvan a la mente los nubarrones de la preocupación, volver a plasmar otra huella.

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