Uno de los versos más conocidos
de Antonio Machado es “caminante no hay camino, se hace camino al andar”.
Pasadas casi tres generaciones desde que el poeta los escribió, seguimos
necesitando conocer previamente el camino.
Por eso, en momentos como los
actuales de incertidumbre, no nos sentimos cómodos sin poder predecir el
futuro. Aunque, en ocasiones, esta búsqueda de seguridad nunca parece
suficiente.
Evidentemente que hay unas
trayectorias vitales que la sociedad hemos ido desarrollando paulatinamente,
pero las que sirvieron para una generación, ya no sirven para la siguiente. En
este sentido se hace camino.
Una persona anciana, en la década
de los 80 años, le tocó andar mucho. Para recorrer unos 10 kilómetros le
costaba dos horas. La trayectoria de su vida ha sido muy laboriosa, aunque hoy
contempla el futuro con serenidad. Ya ha hecho el camino.
Otra persona madura, en la década
de los 50 años, ya no anduvo tanto. Tal vez le tocó coger la bicicleta, y esos
10 kilómetros los recorría en unos 40 minutos. La trayectoria de su vida está
siendo fructífera, pero percibe el futuro con preocupación.
Una tercera persona joven, en la
década de los 20 años ya no conoce aquellos caminos. Está acostumbrada a
recorrer esa distancia en coche en menos de 10 minutos. Contempla el futuro con
incertidumbre.
En el ámbito laboral, el anciano
lleva varias décadas cobrando una pensión y se ha adaptado a sus ingresos. El
envejecimiento progresivo le va haciendo conformarse con su realidad.
La persona madura ha trabajado
más de 30 años y ya contempla la jubilación cercana. Sin embargo, está
preocupado por su modo de vida en los próximos años, así como el de sus hijos.
El joven está teniendo
experiencias laborales intermitentes que no le permiten prever una carrera
profesional. Ve el futuro con incertidumbre, aunque es consciente que tiene que
tirar hacia adelante.
En la descripción que hemos hecho
de estas tres generaciones que están conviviendo actualmente, podemos observar
el cambio de la percepción de la realidad que tenemos según nuestra edad.
Así, al igual que existe un
tiempo real y un tiempo psicológico. Todos hemos tenido la experiencia de
pasarnos el tiempo sin darnos cuenta, o de parecer que nunca llega la hora de
que acabe una actividad.
Lo mismo sucede con la percepción
de nuestra trayectoria vital. Pueden existir unos indicadores objetivos, pero
nuestra satisfacción, en buena medida, es una percepción subjetiva.
Si nosotros somos especialmente
autocríticos con nosotros mismos, nos estamos echando piedras en nuestro propio
tejado. Nosotros mismos somos nuestro mayor lastre para continuar.
Tampoco podemos pedir peras al
olmo. No podemos esperar que la personalidad de un joven tenga la serenidad de
un anciano, ni la capacidad de juicio que la experiencia le ha dado a una
persona madura.
Pero sí podemos desarrollar una
estrategia de percepción constructivista, no basada tanto en nuestra sensación
psicológica sino en la búsqueda de la mejora del potencial en cada momento.
No se trata tanto de saber hacia
donde está el destino del camino que estamos recorriendo, sino de decidir en la
próxima intersección cual de las alternativas nos permite más posibilidades.
Una excesiva preocupación por el
destino no nos permite valorar adecuadamente las posibilidades que nos
encontramos y aprovechar las circunstancias que nos devienen en el camino.
Siguiendo con el poeta, “… y al
volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”. Así,
aquello que nos preocupa ahora, en poco tiempo ya dejará de hacerlo.
Una actitud constructivista de la
realidad nos ayuda a desarrollar una estrategia ante la incertidumbre de
ocupación en vez de preocupación. Nos ayuda a centrarnos en la realidad en vez
de nuestra proyección de la misma.
De forma que la incertidumbre
deja lugar a enfocarnos en el presente “huella a huella”. Y cuando vuelvan a la
mente los nubarrones de la preocupación, volver a plasmar otra huella.
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