Cuando a un emprendedor con éxito
se le pide consejo sobre la forma de actuar de quien empieza, habitualmente,
responde que tiene que disfrutar haciendo su proyecto sin importarle fracasar.
Por aquello que nuestra memoria
es selectiva, este tipo de respuesta no corresponde realmente a la actitud que
en su día tuvo el emprendedor con éxito; sino que es la forma como lo ha
querido asimilar.
Una gran parte de las
oportunidades empresariales no surgen por una decisión rigurosa de búsqueda,
más bien son opciones que se encuentran en el devenir familiar, profesional o
empresarial.
Evidentemente, como la frase que
se atribuye a Pablo Picasso, así como la creatividad te tiene que coger pintando,
las oportunidades se encuentran porque se está con una actitud de búsqueda.
Una actitud de holgazaneo ni es
motivante, ni crea valor; pero muchos negocios cotidianos suponen un trabajo no
especialmente gratificante. Incluso, puede crearse valor sin trabajo, como es
el caso de una inversión financiera.
De aquí la diferencia, que ya nos
viene desde los romanos, de ocio y negocio. Se busca una gratificación personal
compensatoria en el tiempo de ocio y no en el tiempo de negocio.
Sin embargo, en una economía como
la actual con un predominio del sector servicios y una tendencia a una sociedad
del conocimiento, muchas aficiones pueden ser el inicio de un negocio debido a
la dedicación y pasión dispuestas.
Esta posibilidad es factible por
la disponibilidad y abaratamiento de las Tecnologías de la Información y las
Comunicaciones, que permite una profesionalidad con un coste reducido.
En nuestro entorno, conocemos a
personas que han empezado con un blog como afición y que actualmente han
logrado crear valor añadido para poder dedicarse profesionalmente.
Llegado a este punto, estas
personas necesitan mantener la generación de valor adaptándose a los
requerimientos del mercado, los clientes y los usuarios con una gestión
empresarial.
En la mayoría de ocasiones, estos
emprendedores logran un valor añadido suficiente para mantener su puesto de
trabajo en colaboración con otros, pero sin crear puestos de trabajo
adicionales.
En el caso que el proyecto crezca
y se vaya profesionalizando, se va creando una empresa en la que va siendo más
importante el modelo de negocio que la actitud de los trabajadores.
Muchas veces, este emprendedor
que ha creado la empresa, comienza otros proyectos. No siempre resultan
exitosos, pero mantienen la pasión personal y empresarial en su entorno.
El papel dinamizador de estos
“emprendedores en serie” es imprescindible en una sociedad por el carácter
catalizador en la puesta en valor de los recursos disponibles a su alrededor.
Pero, todavía es mayor el valor
añadido social cuando, como ocurre en la cultura anglosajona, este emprendedor
con éxito retorna una parte de sus beneficios a la sociedad en forma de
donaciones a instituciones.
Igualmente es importante su papel
catalizador en la financiación de nuevos proyectos empresariales tanto por el
aspecto económico como por su capacidad para detectar la oportunidad de
negocio.
Paradójicamente, este mecenazgo
emprendedor suele conllevarle a largo plazo un mayor rendimiento al permitirle
acceder a nuevos sectores que de otra forma no le hubiera sido posible.
Este ecosistema emprendedor
anglosajón es muy efectivo para detectar y acelerar nuevas oportunidades de
negocio que creen valor añadido, siendo la semilla de la regeneración del
tejido empresarial.
Es precisamente esta
socialización de la creación de valor añadido una de las ventajas competitivas
de la cultura económica liberal anglosajona aunque pueda parecer
contradictorio.
Tal vez, encontrar modelos de
negocio sostenibles, es una cuestión no únicamente de búsqueda de interés
personal, como atribuía Adam Smith, sino un interés social fundamental.
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