Como seres
humanos estamos en continua maduración, no sólo en su sentido histórico, sino
en el periplo vital que todos desarrollamos a lo largo de los años de nuestra
existencia.
Con los
años, comprobamos en nosotros mismos como va ocurriendo esa transformación. Sin
duda, esto nos hace ser más tolerantes con nosotros mismos y con quienes nos
rodean.
Recuerdo
que, cuando acabé Psicología, estaba obsesionado con el pensamiento ergonómico.
Quería que los procesos fueran “fáciles de entender”. Estaba inmerso en la
Inteligencia Artificial y las metodologías de resolución de problemas.
Esta
pasión me llevó a estudiar un postgrado que se hacía en Ergonomía. Aquí es
donde conocí el ámbito de la empresa que, hasta entonces, había pasado
inadvertido en mi vida.
Esta
carencia me llevó a estudiar en una escuela de negocios un master en
administración de empresas. Estos dos años supusieron el conocer nuevos
paradigmas hasta entonces ajenos.
Mi
aterrizaje en el ámbito laboral me ha ido haciendo contrastar todos estos
paradigmas teóricos en los que me formé. Al principio, me importó mucho la aplicación
de metodologías. Todavía es algo que me gusta.
Las
relaciones en el trabajo me han hecho conocer las dificultades laborales en
todos sus ámbitos, desde el organizativo, el sindical al psicológico. Como si
fueran distintas capas de un sistema.
El
“dinamismo brutal” en que nos encontramos ha hecho que se queden obsoletos por
falta de utilidad los libros de procedimientos y los sistemas de calidad meticulosos
por pura ineficacia.
La “crisis
económica” ha reventado el sistema dialéctico sindical que permitía un
equilibrio de fuerzas a través de los convenios colectivos y la negociación
reivindicativa.
La
“evolución social” está transformando completamente tanto los perfiles
personales, familiares como sociales de las personas con las que compartimos
nuestra vida laboral.
Ante esta
“crisis continua” es necesario quedarnos con el concepto de oportunidad, pero
para ello es necesario que nos tomemos muy en serio la forma como nos
relacionamos con nosotros mismos y con los demás.
Hay una frase de Buda, “el dolor es inevitable, el
sufrimiento opcional”, que es muy potente para la transformación personal.
Podría trasladarse al ámbito organizacional,
“la crisis es inevitable, el sufrimiento opcional”.
No podemos
evitar que haya conflictos en el trabajo, pero sí podemos incidir en la forma
como los solucionamos. Con el conocimiento actual, es posible llegar a un
sufrimiento cero.
Tendríamos,
al final de la jornada, que limpiar “los
malos rollos” de la misma forma que se limpian las instalaciones. Como dice la
psicóloga oscense Chusa Castán, “echar la basura fuera”.
La
psicología aplicada actual cuenta con muchas técnicas que se han comprobado que
son eficaces. Lejanos quedaron aquellos libros de autoayuda “exotéricos” que
nos encontrábamos en las librerías en los años 80.
Esta
necesidad de educar nuestra forma de pensar y sentir es latente en los medios
de comunicación. Sirva como ejemplo las palabras del psicólogo Ferran Samurri
en La Vanguardia en una entrevista titulada “Hay que pensar bien, para sentirte
bien”.
A la
pregunta del periodista, “¿Cómo se enseña a pensar?”, Ferran contesta: Para
empezar hay que aprender a detectar lo que sientes, y cuando te sientes mal
decirte: "No voy bien".
Continua:
“En lugar de mirar a tu alrededor en busca de quién o qué es lo que te hace
sentirte mal, mira lo que ocurre en tu cabeza: qué percepción debes cambiar.” Nos
habla de técnicas de psicología cognitiva muy contrastadas.
El reto
para lograr un “sufrimiento cero” es que las organizaciones también aprendan a
pensar bien. En los 90 se habló mucho del coste de la calidad, ahora tendríamos
que empezar a hablar del coste de no pensar organizativamente bien.
Podríamos
comenzar por culpabilizar menos. Como dice Ferran: “No queda otra que aprender
a tener autoestima, a pensar mejor, a empatizar, a relacionarse, a comunicarse,
a esforzarse”.
Daniel Vallés Turmo
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