Me
gusta la iniciativa que se ha realizado en las calles de Huesca con
placas donde se muestra una foto antigua del entorno y se narra su
historia. Es una manera sencilla, pero eficaz de recordar la
historia.
La
propia dinámica de la vida humana nos lleva a mirar hacia adelante,
pero sería un error no contar con los aprendizajes de nuestros
antepasados, de quienes genética y mentalmente estamos más cerca de
lo que pensamos.
El
tener a la vista unos letreros en cada calle, nos puede animar a
leerlos y paulatinamente ir recordando nuestro pasado de una manera
informal en el quehacer cotidiano.
Las
ciudades tienen memoria, tanto de su idiosincrasia como de su
arquitectura. La primera es más difícil de percibir, mientras que
la segunda es más evidente. En casi todos los planos turísticos se
describe el crecimiento histórico de la ciudad.
A
modo de capas del cerebro las ciudades han ido creciendo adaptándose
a las vicisitudes de la historia. Suele haber un núcleo fortaleza
que fue el origen, a partir de cual se han ido expandiendo.
Ciudades
como Huesca tienen una estructura romana superpuesta con otra árabe
posterior a la que se han ido añadiendo los crecimientos de la
edades media, moderna y contemporánea.
La
idiosincrasia, lo que llamamos memoria colectiva, no es tan evidente,
pero es posible reconstruir también su memoria, porque incide
claramente en el comportamiento social de una ciudad.
Barbastro
se reconquista definitivamente por Pedro I en el año 1100 tras casi
300 años de asentamiento de lo árabes creando un enclave político
y militar en la frontera con los francos.
Su
reconquista tuvo un valor simbólico desde su primera cruzada en 1064
cuando se arrebató temporalmente. Esto supuso que los pobladores
obtuvieran unos privilegios sociales y económicos que le permitieron
su desarrollo.
Además
de mantener los derechos que ya se tenían de la etapa musulmana,
obtuvieron una libertad de movimiento económico y las garantías
para desarrollar las reuniones de mercaderes.
Este
mercado se realizaba en la Plaza de la Candelaria en el actual barrio
del Entremuro teniendo un impacto local, dada las diferencias de
medidas y monedas que había.
Es
en el siglo XIV cuando este mercado se va a una zona más amplia. Se
construye la actual Plaza del Mercado que está porticada. En este
siglo se produce una normalización de monedas y medidas que permite
atraer a mercaderes más lejanos.
Pedro
IV permite un mercado de 15 días en Agosto, que se une al ciclo de
ferias de Huesca en Junio y Monzón en Setiembre, posibilitando una
estructura comercial que atraía a comerciantes más lejanos.
A
comienzos del siglo XVI Barbastro consigue otra feria en el mes de
febrero, la que se llama de La Candelera, de forma que se refuerza su
papel de ciudad comercial en su entorno.
Barbastro
ha mantenido este espíritu comercial hasta la actualidad. Todavía
en su plaza pueden los hortelanos vender su productos como se ha
hecho a lo largo de los siglos.
Cada
vez quedan menos hortelanos que lo hagan, pero vale la pena acercase
un sábado para verlo. Lo que ha vuelto a estar de moda, el
intercambio entre particulares, en Barbastro ha sido una costumbre
centenaria.
Recuerdo
de niño acompañar a mi padre muy pronto a comprar al mercado.
Primero iba a mirar por todos los puestos y luego iba a comprar el
producto que buscaba regateando.
Cuando
compraba, me traía la bolsa y yo la guardaba, mientras él volvía a
buscar otro producto. Era un proceso que duraba casi una hora.
Entonces, me parecía un tiempo muy largo.
Al
fallecer mi padre, pero viviendo mi madre, iba yo a comprar solo. Yo
no regateaba, pero si miraba los precios en cada parada. Luego, al
llegar a casa, le contaba a mi madre “cómo estaba la plaza”.
Cuando
mi padre compraba, no había precios fijados en las mercancías de
los puestos. Cuando yo compraba, me tomaba un café en el momento que
escuchaba como los hortelanos establecían los precios de referencia.
Daniel
VALLÉS TURMO
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