Un
lugar donde vivir
Comenzando la segunda parte de la guía de la Sierra de Guara, la
parte occidental, realizo un pequeño recorrido que une el Somontano
y el Sobrarbe con esta parte que parte el río Alcanadre, Bara a
Nasarre.
Recorro 109 kilómetros en coche para llegar a Bara desde Barbastro
(son dos horas de duración) y desde aquí subir hasta Nasarre en
apenas una hora y media muy despacio. Encuentro Bara como un pueblo
fantasma con todas las casas arregladas, pero sin vida. Es un día de
diario.
Es una excursión muy recomendable para poder visitar la iglesia
románica de Nasarre y la panorámica sobre la Sierra de Guara. Desde
Rodellar o Las Bellostas es una ruta muy larga.
Al llegar al coche para cambiarme, me encuentro una persona que va de
ruta con un hermoso burro que se llama “Rousseau”. Le pregunto
donde va y me dice “que está buscando un lugar donde vivir”. Su
próxima etapa sera Nocito.
Es como volver a encontrar a una persona del pasado de hace 70 años
dando vida a como se vivía en estos pueblos que tan solo daban para
la subsistencia de las familias. Nos deseamos suerte en nuestros
viajes.
Saludo a la viajera de vuelta por la pista. Nocito también parece un
pueblo fantasma comparado con el sábado anterior que estuve en la
romería al Santuario de San Úrbez.
Se habla mucho de repoblar los pueblos, pero habría que tomar
medidas compensatorias drásticas para que sea así. Uno de los
problemas importantes es la sanidad.
Los médicos y la farmacias rurales hacen un papel muy importante y
se entregan en su trabajo. Pero, a modo de ejemplo, hace dos semanas
tuve que recorrer 50 kilómetros un sábado para poder coger un
antibiótico para un familiar en la farmacia más cercana. En
Barbastro, sería andar unos cientos de metros.
La farmacéutica me cuenta que van con un botiquín cuando la
consulta de los médicos a los pueblos para que los enfermos puedan
coger el medicamento allí mismo. Es algo que no conocía y que me
pareció admirable.
Otro de los problemas serios es la vivienda. Hablando con un
trabajador de una población muy turística, me cuenta como se ha
tenido que ir alquilando pisos cada vez más lejos por la subida de
los precios. Eso suele ocurrir en casi todas las poblaciones
turísticas.
Si hubiera algún tipo de vivienda para los trabajadores, aunque
fuera de tipo efímera, en esas poblaciones habría más población
que se iría asentando y no sólo un monocultivo turístico que acaba
teniendo consecuencias negativas sociales a medio plazo, como lo
comentan algunos expertos.
Un tercer problema muy importante son los largos desplazamientos que
hay que hacer para abastecerse de cualquier cosa en el caso de las
empresas. Sin duda, son necesarios incentivos fiscales
compensatorios.
Pero no quiero que esto parezca un panegírico de lo problemas que
hay en el mundo rural y lo bien que se vive en las ciudades, porque
éstas también tienen sus problemas, aunque sean de otro tipo.
Ayer estaba en Zaragoza. Pasando el puente del Pilar vi como una
persona socorría a una anciana que se había caído en la vía del
tranvía, con riesgo de ser atropellada. Me acerqué lo más rápido
que pude para ayudar a sacarla. No tardaron unos segundos para que
pasara un tranvía.
La otra persona tenía prisa. La mujer estaba bloqueada y con heridas
en un mano. Como disponía de tiempo me ofrecí a acompañarla al
ambulatorio más cercano para que la examinaran y curaran.
Le costaba orientarse, pero llegamos. Las enfermeras le atendieron
enseguida de una forma muy cariñosa. Le acompañé a su casa. Le
costaba orientarse. De camino compramos en un bazar un bastón, que
apenas nos costó 6 euros.
No lo llevaba porque hace tiempo había perdido uno en un centro de
ancianos. Le comenté que llevara un bastón para no tropezar. Aún
había uno más barato de 4,5 euros, pero no se lo aconsejé. “Mi
madre tampoco quería llevar bastón”, le comenté.
Finalmente, llegando a su casa ya estaba más orientada. Le acompañé
hasta el portal y me cercioné que sabía abrir la puerta. Le di un
fuerte abrazo y me fui. Vivía sola, como muchísimos ancianos en las
ciudades.
Daniel
VALLÉS TURMO
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