domingo, 3 de mayo de 2020

La dignidad nos une


Mi padre dejó el pueblo en 1961 para bajar a Barbastro. Alquiló un piso que únicamente tenía una cocina económica (de leña) y un balcón que daba al río Vero. Las habitaciones eran alcobas. Allí nací yo.
A mi padre le parecería bien. En su casa natal tenían un hogar de leña rodeada de una cadiera donde cocinaban, comían y hacían vida social con los vecinos de las casas próximas.
Fue una década donde Barbastro aumentó mucho la población con las personas que bajaron de la montaña y quienes vinieron de fuera para trabajar en las obras de El Grado.
Hoy, 60 años más tarde, no creo que existan ya ese tipo de vivienda que era normal para la época, pero sí nos encontramos muchos pisos del casco antiguo y viviendas “sindicales” donde viven muchos trabajadores que ahorran para enviar dinero a sus familias.
Eso no ocurre únicamente en España. Es habitual en muchos países. Con el Coronavirus tiene el problema de poder ser espacios donde se produzcan brotes. Este es el caso de Singapur, que ya pensaba lo había controlado.
Pero, igualmente ocurre en nuestra propia provincia en lugares donde se han concentrado muchos trabajadores en alguna factoría con cientos de operarios que comparten espacios comunes.
En algunos países, como Australia, se controla que este hacinamiento no se produzca por las consecuencias que, como se ha comentado, pueden tener para toda la sociedad. Es un aprendizaje histórico.
Así, aunque sea por nuestro propio interés es necesario que todas la personas vivan en viviendas dignas. Ésto nos tiene que unir a todos. La Responsabilidad Social de empresas y organismos debería propiciar que así fuera.
Desgraciadamente en nuestro país no ha habido una sensibilidad como en Australia para no dejar que haya una habitabilidad que nos permita una vida higiénica y digna a la vez.
Esta pandemia que nos está tocando vivir no ha distinguido entre clases sociales y todos tenemos conocidos que la han contraído con menor o mayor gravedad. La dignidad del trato de la sanidad pública para todos, también, nos une.
En nuestro país es muy cara la vivienda por distintos factores: la propiedad del suelo, el apenas uso de módulos prefabricados y por la escasa utilización de materiales que son más económicos.
Estamos acostumbrados a ver como en China construyen un edificio de cientos de viviendas en una semana y en Estados Unidos al uso habitual de casas prefabricadas de madera en el ámbito no urbano.
En Barbastro nació uno de los higienistas pediátricos pioneros que hace un siglo hizo que ya no murieran tantos niños al nacer o en su primeros meses de vida. Era normal que una familia tuviera 10 hijos con 3 ó 4 muertos siendo niños.
Esta pandemia, una vez que se haya hecho su análisis, harán que cambien muchas cosas tanto en el ámbito laboral como personal para favorecer entornos más higiénicos y, por ello, dignos.
Pero, como decía ya Adam Smith en el siglo XVIII, no tanto por el interés de la sociedad, sino por el personal. Hasta ahora la globalización únicamente nos había traído muchos beneficios.
Ahora estamos viendo más claramente las amenazas de esa globalización en el empleo, en la autosuficiencia, en la salud y en el cambio de los bloques tradicionales geoestratégicos.
Ya estaba en el ambiente el relato del “cambio climático” que hablaba de un mundo inhabitable para las próximas generaciones. Pero, esta pandemia (con el número de muertos) nos ha hecho ver las orejas al lobo.
Ambos relatos llaman a la solidaridad intergeneracional e internacional. Ojalá este discurso no se vaya diluyendo con el tiempo una vez que tengamos la vacuna y volvamos a la vida tradicional.
Ojalá, veamos la dignidad humana como una obligación social unida a la propia actividad personal y laboral, porque también puede ser un motor económico en sí por las inversiones que suponen.
Ahora la dignidad está en el cuidado de cada enfermo que se está tratando en los hospitales.

Daniel VALLÉS TURMO

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