Mi padre dejó el pueblo en 1961 para bajar a Barbastro. Alquiló un
piso que únicamente tenía una cocina económica (de leña) y un
balcón que daba al río Vero. Las habitaciones eran alcobas. Allí
nací yo.
A mi padre le parecería bien. En su casa natal tenían un hogar de
leña rodeada de una cadiera donde cocinaban, comían y hacían vida
social con los vecinos de las casas próximas.
Fue una década donde Barbastro aumentó mucho la población con las
personas que bajaron de la montaña y quienes vinieron de fuera para
trabajar en las obras de El Grado.
Hoy, 60 años más tarde, no creo que existan ya ese tipo de vivienda
que era normal para la época, pero sí nos encontramos muchos pisos
del casco antiguo y viviendas “sindicales” donde viven muchos
trabajadores que ahorran para enviar dinero a sus familias.
Eso no ocurre únicamente en España. Es habitual en muchos países.
Con el Coronavirus tiene el problema de poder ser espacios donde se
produzcan brotes. Este es el caso de Singapur, que ya pensaba lo
había controlado.
Pero, igualmente ocurre en nuestra propia provincia en lugares donde
se han concentrado muchos trabajadores en alguna factoría con
cientos de operarios que comparten espacios comunes.
En algunos países, como Australia, se controla que este hacinamiento
no se produzca por las consecuencias que, como se ha comentado,
pueden tener para toda la sociedad. Es un aprendizaje histórico.
Así, aunque sea por nuestro propio interés es necesario que todas
la personas vivan en viviendas dignas. Ésto nos tiene que unir a
todos. La Responsabilidad Social de empresas y organismos debería
propiciar que así fuera.
Desgraciadamente en nuestro país no ha habido una sensibilidad como
en Australia para no dejar que haya una habitabilidad que nos permita
una vida higiénica y digna a la vez.
Esta pandemia que nos está tocando vivir no ha distinguido entre
clases sociales y todos tenemos conocidos que la han contraído con
menor o mayor gravedad. La dignidad del trato de la sanidad pública
para todos, también, nos une.
En nuestro país es muy cara la vivienda por distintos factores: la
propiedad del suelo, el apenas uso de módulos prefabricados y por la
escasa utilización de materiales que son más económicos.
Estamos acostumbrados a ver como en China construyen un edificio de
cientos de viviendas en una semana y en Estados Unidos al uso
habitual de casas prefabricadas de madera en el ámbito no urbano.
En Barbastro nació uno de los higienistas pediátricos pioneros que
hace un siglo hizo que ya no murieran tantos niños al nacer o en su
primeros meses de vida. Era normal que una familia tuviera 10 hijos
con 3 ó 4 muertos siendo niños.
Esta pandemia, una vez que se haya hecho su análisis, harán que
cambien muchas cosas tanto en el ámbito laboral como personal para
favorecer entornos más higiénicos y, por ello, dignos.
Pero, como decía ya Adam Smith en el siglo XVIII, no tanto por el
interés de la sociedad, sino por el personal. Hasta ahora la
globalización únicamente nos había traído muchos beneficios.
Ahora estamos viendo más claramente las amenazas de esa
globalización en el empleo, en la autosuficiencia, en la salud y en
el cambio de los bloques tradicionales geoestratégicos.
Ya estaba en el ambiente el relato del “cambio climático” que
hablaba de un mundo inhabitable para las próximas generaciones.
Pero, esta pandemia (con el número de muertos) nos ha hecho ver las
orejas al lobo.
Ambos relatos llaman a la solidaridad intergeneracional e
internacional. Ojalá este discurso no se vaya diluyendo con el
tiempo una vez que tengamos la vacuna y volvamos a la vida
tradicional.
Ojalá, veamos la dignidad humana como una obligación social unida a
la propia actividad personal y laboral, porque también puede ser un
motor económico en sí por las inversiones que suponen.
Ahora la dignidad está en el cuidado de cada enfermo que se está
tratando en los hospitales.
Daniel
VALLÉS TURMO
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