domingo, 31 de mayo de 2020

No es una guerra


Al comienzo de esta pandemia que dicen vamos “venciendo”, se nos puso el ejemplo que estábamos luchando contra un virus como si fuera una guerra. Pero, esto no es una guerra, ni la salida económica es la de una posguerra. No nos equivoquemos.
En nuestra guerra civil, algún tendero jubilado, me comentó como se arruinaron los comercios por el impago de los “vales de los comités revolucionarios” y, después, el cambio de moneda. Eso no ha pasado.
Hubo una falta de alimentos, sobre todo en las ciudades, y las consecuentes “cartillas de racionamiento” para poder acceder a un mínimo de comida. Eso no ha pasado.
Esta realidad animó un mercado paralelo de alimentos y otros productos que se llamó “el estraperlo”. Por la noche se iba a moler al molino, en luna llena se llevaba lana a Andorra y en las casas se cosían prendas. Eso no ha pasado
Este “estraperlo” en las grandes ciudades conllevó un sistema generalizado de corrupción. En un restaurante de la “La Panadella”, antes de subir el puerto del Bruc para ir a Barcelona, había que dejar 5 pesetas en la barra para que no te asaltaran el camión en una subida donde los vehículos iban muy despacio y era posible robar la mercancía aunque estuvieran en marcha.
Lo mismo ocurría con los medios de transporte para que “se hiciera la vista gorda” a quienes iban a las grandes ciudades a vender alimentos producidos en los pueblos. Eso no ha pasado.
El plan de desarrollo de los años 60 hace que España vaya desarrollando un tejido industrial, con la consecuente despoblación de los pueblos, que hace que se olvide el racionamiento. Pero todavía quedaba el recuerdo de ese “estraperlo”.
Así, en los años 70 se puso de moda la “tricotadora” (para tejer prendas de lana) que se proporcionaban a las empresas textiles. Mucha gente lo hacía desde casa. Recuerdo un establecimiento de Barbastro, que cuando no tenía clientela, estaba en la parte trasera tricotando.
Recuerdo, a final de los años 80, cuando la industria textil de Terrassa estaba agonizando, como veía personas que entraban y salían con bolsas a las naves, para coser en casa.
A comienzo de los años 90 vivía en un antigua casa de la Gran Vía de Barcelona, donde en la terraza todavía quedaban los gallineros que tenían los antiguos inquilinos. Algo muy normal durante la posguerra.
Nos ha quedado algo del espíritu de la economía sumergida (el 18% de Producto Interior Bruto), que se ha visto sus consecuencias sociales durante esta crisis económica derivada de la pandemia a sus trabajadores, al no estar bajo el cobijo de ayudas sociales.
Esta economía que no tributa supone 100.000 millones de euros anuales. Ya se han ido tomando medidas, como el pago bancario a partir de una cantidad y la desaparición progresiva de los billetes de 500 euros.
Supongo que con el tiempo, se irán tomando medidas para reducirlo a niveles de la media de los países de la Unión Europea. Es una de las tareas más importantes a realizar.
Desde los años 80 se viene hablando de “cambio de modelo económico”. Ya son 40 años. Sí que ha habido algunos progresos, pero no se ha mejorado mucho en tener un ecosistema de empresas con mayor tamaño con posibilidad de investigar y desarrollar en un mundo globalizado.
Las empresas “bandera” españolas tienen un tamaño que les permite esta capacidad de liderazgo en un mundo globalizado. Esta es otra de las tareas pendientes.
Estas empresas son “tractoras” de muchas pequeñas empresas tanto como proveedoras, como iniciativas de innovación. Además, saben “moverse” en el comercio internacional.
Por cierto, esta capacidad de alguna de estas empresas, ha posibilitado el abastecernos de material sanitario necesario durante la pandemia, que es de agradecer.
Sí que hay una “guerra” comercial y tecnológica, cada vez más abierta, en un cambio de los bloques tradicionales. Pero esto no está en nuestro círculo de incumbencia. Esperemos que la Unión Europea sepa jugar su cartas.

Daniel VALLÉS TURMO

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