Pero, ¿y si se tratara de un cambio mayor? Algo así como un cambio de paradigma de intercomunicación de principios del siglo XXI, similar al cambio que supusieron los “mass media” desde mediados del siglo XX.
Una adaptación de la comunicación personal facilitada por las nuevas tecnologías, pero elicitada por la, cada vez mayor, sensación de globalización e interdependencia a nivel planetario tanto a nivel informativo, como económico y como social.
Tal vez una “civilización empática”, como es el título del recien publicado libro de Jeremy Rifkin, que fue Premio Aragón Internacional 2007, quien sugiere que la necesidad de afrontar los retos mediambientales están propiciando esta nueva forma de interrelación.
O, puede ser, la fructificación de un “discurso terapéutico” que ha ido impregnando la sociedad a lo largo de los años a través de las novelas, el cine y la publicidad, como sugiere Eva Llouz en su libro “La salvación del alma. Terapia, emociones y la cultura de la autoayuda”.
Sea cual sea el enfoque desde el que queramos analizar el fenómeno de las redes sociales y la influencia que puede tener en nuestras actividades, no podemos olvidarnos del cariz empático de este nuevo ecosistema de comunicación.
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