Un
señor desesperado
Mi
abuela María murió el 12 de enero de 1946. Mis tíos me contaron
que tuvo mucho que ver la pérdida de la maleta. La causa médica fue
otra, pero posiblemente la desesperación pudo influir.
Venía
junto a su hijo de vender en una feria. En el carro llevaban las
maletas con la ropa que comerciaban. Al llegar a casa de dieron
cuenta que una de las maletas no estaba atrás.
Se
había caído en el camino. Volvieron a buscarla, pero ya no la
encontraron. Suponía una gran pérdida para el negocio. María
comenzó a sospechar de las personas que la habían podido coger, lo
que le llevó a una continua desazón.
Es
necesario entender el contexto económico de posguerra con una
situación precaria, una familia de 9 personas y que en el año 1942
había ocurrido una gran riada que arrastró las huertas e hizo que
los hijos mayores salieran a “servir”.
Su
marido Antonio tenía otro carácter. Disponía de una confianza en
si mismo que le hizo capaz de adaptarse con templanza a las
circunstancias que le devinieron en su vida.
Antonio
murió 30 años más tardes teniendo el tiempo suficiente para
improntar en sus hijos, que continuaron la tradición empresarial, la
virtud de saber afrontar las adversidades.
Hace
unos días tuve que acometer la búsqueda de voluntarios para una
actividad. Por motivos de salud no había podido realizar la labor de
prospección que había acometido en el año anterior.
Así
que llegó el día de la actividad y tuve que afrontar el hacer lo
mejor posible. No era el mejor de los escenarios, pero tenía una
confianza en que se resolvería bien la situación, y así sucedió.
Unos
pocos día después me encontré con una voluntaria en una charla que
impartía. Me dijo que no esperaba encontrar allí a “aquel señor
desesperado” que tenía las páginas de adscripción de voluntarios
con muchos huecos en blanco.
Me
dijo que aquel estado de vulnerabilidad que presentaba le dio pena e
hizo todo lo posible para movilizar a sus conocidos para que me
ayudaran. Y así sucedió. La misma ayuda tuve de otras personas.
A
pesar del estado de salud, confiaba en que iba a salir bien. La
realidad era que la situación de partida era complicada. Pero estaba
muy concentrado en acometer las acciones necesarias para resolver la
situación.
Mi
propia fragilidad hacía que no fuera exigente, sino que sugería.
Por lo que constaté después, tenían más fuerza de comunicación
el ver las hojas con muchos espacios en blanco que mis propias
palabras.
Esta
situación de desesperación es muy posible que pueda acontecer en el
mundo empresarial. De hecho, he comenzado el artículo explicando un
caso que ocurrió hace muchos años.
Igualmente,
el relato que he descrito de mi experiencia es el que le ocurre a
muchos responsables comerciales que tienen que buscar nuevos clientes
y no siempre es fácil hacerlo.
Existen
muchos cursos, desde hace décadas, que tratan de la forma de ejercer
la acción comercial en la empresa. Siguen siendo de gran valor
todavía porque es necesario aprender las técnicas básicas.
Pero
no sólo es necesario disponer de ese conocimiento, sino que es
imprescindible desarrollar unas actitudes como las ya comentadas de
desarrollo de la confianza y predisposición a la acción.
Hace
unas semanas encontré estas actitudes en los emprendedores
residentes en el espacio de Google Campus Madrid. Rebosaba un
dinamismo que propiciaba el “tirar hacia adelante”.
En
Campus Madrid te regalan un galleta de la suerte cuando vas por
primera vez. El papelito de su interior decía: “Succes is getting
up just one more time than you fall down” (El éxito es levantarse
una vez más cada vez que se fracasa).
No
sé lo que ponía en otras galletas de la suerte, supongo que serían
frases similares para animar a los emprendedores en la ardua tarea de
acometer un proyecto empresarial.
Yo
añadiría que la confianza en ti mismo no debería depender de lo
que te suceda, porque esto no lo podemos controlar en la mayoría de
las ocasiones, sino que lo merece nuestra condición y dignidad como
personas.
Daniel
VALLÉS TURMO
No hay comentarios:
Publicar un comentario