jueves, 8 de febrero de 2018

Un señor desesperado

Un señor desesperado

Mi abuela María murió el 12 de enero de 1946. Mis tíos me contaron que tuvo mucho que ver la pérdida de la maleta. La causa médica fue otra, pero posiblemente la desesperación pudo influir.
Venía junto a su hijo de vender en una feria. En el carro llevaban las maletas con la ropa que comerciaban. Al llegar a casa de dieron cuenta que una de las maletas no estaba atrás.
Se había caído en el camino. Volvieron a buscarla, pero ya no la encontraron. Suponía una gran pérdida para el negocio. María comenzó a sospechar de las personas que la habían podido coger, lo que le llevó a una continua desazón.
Es necesario entender el contexto económico de posguerra con una situación precaria, una familia de 9 personas y que en el año 1942 había ocurrido una gran riada que arrastró las huertas e hizo que los hijos mayores salieran a “servir”.
Su marido Antonio tenía otro carácter. Disponía de una confianza en si mismo que le hizo capaz de adaptarse con templanza a las circunstancias que le devinieron en su vida.
Antonio murió 30 años más tardes teniendo el tiempo suficiente para improntar en sus hijos, que continuaron la tradición empresarial, la virtud de saber afrontar las adversidades.
Hace unos días tuve que acometer la búsqueda de voluntarios para una actividad. Por motivos de salud no había podido realizar la labor de prospección que había acometido en el año anterior.
Así que llegó el día de la actividad y tuve que afrontar el hacer lo mejor posible. No era el mejor de los escenarios, pero tenía una confianza en que se resolvería bien la situación, y así sucedió.
Unos pocos día después me encontré con una voluntaria en una charla que impartía. Me dijo que no esperaba encontrar allí a “aquel señor desesperado” que tenía las páginas de adscripción de voluntarios con muchos huecos en blanco.
Me dijo que aquel estado de vulnerabilidad que presentaba le dio pena e hizo todo lo posible para movilizar a sus conocidos para que me ayudaran. Y así sucedió. La misma ayuda tuve de otras personas.
A pesar del estado de salud, confiaba en que iba a salir bien. La realidad era que la situación de partida era complicada. Pero estaba muy concentrado en acometer las acciones necesarias para resolver la situación.
Mi propia fragilidad hacía que no fuera exigente, sino que sugería. Por lo que constaté después, tenían más fuerza de comunicación el ver las hojas con muchos espacios en blanco que mis propias palabras.
Esta situación de desesperación es muy posible que pueda acontecer en el mundo empresarial. De hecho, he comenzado el artículo explicando un caso que ocurrió hace muchos años.
Igualmente, el relato que he descrito de mi experiencia es el que le ocurre a muchos responsables comerciales que tienen que buscar nuevos clientes y no siempre es fácil hacerlo.
Existen muchos cursos, desde hace décadas, que tratan de la forma de ejercer la acción comercial en la empresa. Siguen siendo de gran valor todavía porque es necesario aprender las técnicas básicas.
Pero no sólo es necesario disponer de ese conocimiento, sino que es imprescindible desarrollar unas actitudes como las ya comentadas de desarrollo de la confianza y predisposición a la acción.
Hace unas semanas encontré estas actitudes en los emprendedores residentes en el espacio de Google Campus Madrid. Rebosaba un dinamismo que propiciaba el “tirar hacia adelante”.
En Campus Madrid te regalan un galleta de la suerte cuando vas por primera vez. El papelito de su interior decía: “Succes is getting up just one more time than you fall down” (El éxito es levantarse una vez más cada vez que se fracasa).
No sé lo que ponía en otras galletas de la suerte, supongo que serían frases similares para animar a los emprendedores en la ardua tarea de acometer un proyecto empresarial.
Yo añadiría que la confianza en ti mismo no debería depender de lo que te suceda, porque esto no lo podemos controlar en la mayoría de las ocasiones, sino que lo merece nuestra condición y dignidad como personas.


Daniel VALLÉS TURMO

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