jueves, 8 de febrero de 2018

Update

Update

Acaba de morir el sociólogo Zygmunt Bauman que acuñó el concepto “Modernidad Líquida” para definir el actual momento en el que las “realidades sólidas” de nuestros abuelos se han desvanecido.
Dando paso a un mundo más precario, provisional, ansioso de novedades, en continuo cambio al que nos tenemos que enfrentar tanto desde nuestra perspectiva personal como empresarial.
Un mundo con un paradigma tecnológico que nos solicita una paulatina actualización (update) como si fuéramos un programa informático al que sistemáticamente se le ordena que “busque actualizaciones”.
Es muy positiva esta capacidad que tiene el ser humano para crear tecnología, desde los primeros utensilios hechos con las manos hasta los sistemas electrónicos más sofisticados.
Sin duda, nos ha posibilitado que nuestras vidas sean más agradables, pero también tendríamos que recordar su otra gran capacidad como especie, el habla, que le ha permitido crear la cultura.
La tecnología es un instrumento que puede modificar los sistemas sociales y empresariales que hemos ido creando a lo largo de lo siglos. En definitiva una cultura que nos ha permitido sobrevivir.
Por eso, es muy importante que valoremos lo que hemos conseguido en estos dos ámbitos, el tecnológico y el cultural, y no los minusvaloremos porque ha costado mucho alcanzar estos resultados.
Dentro de esta cultura, se encuentra la empresarial. Es necesario conocer y reconocer la forma como se ha ido generando riqueza y desarrollo en el territorio porque es la mejor manera de posibilitar la adaptación al futuro.
Así, estamos inmersos en una “transformación digital” de la economía a la que nos integraremos de forma orgánica o disruptiva, pero acabará siendo un elemento clave en el desarrollo empresarial.
Nuestro pensamiento está hecho para cambiar de forma lineal y no disruptiva. Precisamente ha sido una protección para mantener nuestra supervivencia a lo largo de nuestra evolución.
Posiblemente nos va a tocar unos años de aceleración tecnológica que nos supondrá un “update” sistemático. Por eso sería muy conveniente que recordáramos lo que nos ha costado llegar a donde estamos.
Os invito a hacer un pequeño recorrido en el tiempo por el entorno de la Sierra de la Carrodilla para constatar esta evolución tecnológica y cultural que nos ha llevado hasta el presente.
Las ciudades más antiguas de nuestro entorno más cercano apenas tienen 2.000 años, fruto de la romanización, que conllevó el inicio de las infraestructura de riegos y carreteras. Este es el caso de Labitolosa junto a la Puebla de Castro.
Apenas hace 3.000 años (Bronce final) nuestros antepasados se asentaban en chozas en las colinas para cultivar las tierras en las llanuras cercanas donde había agua. Así, el montículo de San Martín junto a Estadilla.
Durante siglos perduraron los asentamiento en las cuevas con los poblados de chozas (Bronce medio). Este es el caso de la Cueva de Las Brujas en Juseu o el poblado de La Ganza en Calasanz.
Del Neolítico Medio (hace 6.000 años) datan las pinturas rupestres que se encuentran en el Forau del Cocho y en la Cova de Engardaixo, ambas en la cercanía del Santuario de la Carrodilla.
En la Cova de Alonsé (cercana a Estadilla) se han datado restos del Magdaleniense (hace 20.000 años) y en la Cueva de los Moros de Gabasa es donde se han encontrado los restos humanos más antiguos de Aragón, de hace 47.000 años.
Con los habitantes de aquellas ciudades romanas apenas se han sucedido 66 generaciones, 200 generaciones con quienes pintaron aquellas cuevas y, un poco más, 1.500 generaciones con los restos humanos del Neardental.
En los últimos mil años (33 generaciones) es cuando se ha humanizado todas las casas e infraestructuras económicas que vemos en la sierra, que han permitido sostener la población hasta hace apenas 60 años (2 generaciones) que dejaron de ser rentables.
Ahora podemos comprender mejor que esta “realidad sólida” se ha desvanecido, pero continua ahí esa misma dignidad y determinación humana que nos ha llevado a seguir adelante adaptándonos, que no actualizándonos.


Daniel VALLÉS TURMO
Enero 2017

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